COLABORACIÓN: El dedal y la singer.
EL DEDAL Y LA SINGER.

A
la abuela le gustaba decir chascarrillos que dejaran huella en el saber
de la casa. Uno de ellos…“La Singer hace ruido y no me deja escuchar la
radio”…y así pasaba las tardes con el dedal en el corazón y zurciendo
calcetines con el huevo de madera, calzoncillos, ensanchando pantalones
viejos, o dándoles más largo según iban creciendo los chavales. Deshacía
la parte de atrás de los jerséis viejos para hacer calcetines o patucos
para el frío invierno. También ponía rodilleras y coderas a las prendas
de los domingos. La madre, que había aprendido a coser en una afamada
academia de corte y confección denominada “Lala”, tenía su Singer de
segunda mano en la salita del fondo. Dale que dale al pedal y dale que
dale al metro, la sisa, el volante, al canesú de las camisas de
lienzo…que si unas cortinas para la de la botica, que si un traje de
novia para la hija del guardia civil recatado y barato, que en aquellos
tiempos en la benemérita no se ganaba tanto. También llevaban el
teléfono público, y alguna perrona caía al dar aviso a los vecinos
cuando llamaban los emigrantes desde el extranjero; de las Asturias,
País Vasco…Encima de la trébede estaba la Marconi y el reloj, y un
calendario del sesenta y cuatro con el mes de febrero en ruta, y con
publicidad de “Nitrato de Chile”. Salía la foto de un hombre a caballo
en sombra con un gran sombrero.
El
costurero de los sueños de la abuela contenía todo lo imprescindible
para coser a dedal e imaginación, el acerico para las agujas y los
alfileres, las agujas del ganchillo para el tricotón de los tapetes y
las colchas. Por la Marconi salía la voz de Carlos Gardel, y a la abuela
el corazón entre lágrimas; Manolito, el hijo mayor había cogido el
barco en Vigo para hacer las Américas, y hacía que no sabía de él más de
tres años. Los niños en el pueblo llevaban los pantalones tan cortos,
que casi se les veía los compases del alma. Alguno ya de catorce años
estrenaba pantalón largo, de aquellos de espiga, que picaban tanto que
volvían al pantalón corto hasta que se podían comprar los de mahón o el
novísimo tergal. A la Singer, a veces, la correa de cuero redondo se le
partía y una grapa o alambre la arreglaba, el prénsatelas hay que
limpiarlo cada poco y engrasar con aceite de máquina, pues el arreglador
pasaba cada cuatro o cinco meses. El lápiz para el papel fino de trazar
por pliegos; las que más trabajo tenían lo compraban por media mano o
enteras; así y todo era normal que en algunos patrones se leyera El
Caso… “La mató por celos”… “La disputa de unas lindes, acabó en
tragedia”… “Salió a comprar tabaco y …”. De un chaleco de paño el
jaboncillo azul o blanco se veía entre las costuras. Medida de
entrepierna y tobillo, cintura y cadera para los pantalones; contorno de
pecho, de hombro a hombro, manga larga hasta la muñeca…vestidos,
abrigos, y el metro colgado del cuello. Coco Chanel, Cristóbal
Balenciaga, Christian Dior, hubieran aprendido bastante de las modistas
de las riberas, nada que envidiarles. Además tenían a su cargo los
niños, la cuadra con cuatro o cinco vacas, la huerta, y había que
entresacar remolacha y dar de comer a toda la prole, y todo esto a
ciento veinticinco voltios y cuarenta bujías temblorosas, todos los días
del año.
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