12 diciembre 2014

Juana Ríos






Nunca asciende el dolor por el cauce de la lágrima,
se derrama continuo, sin fin,
sobre la rivera seca, hambrienta,
de la piel oscura y rugosa de la tristeza.

Hay olas congeladas en los gélidos mares,
un eterno movimiento silente y estático,
una fuerza azul atrapada en la belleza del hielo.

Se suceden los días sobre los horizontes,
se abren los cielos una y otra vez a la noche,
y tus ojos cansados ya no saben de la luz.




Que rompan las olas,
que fluyan las lágrimas,
que el dorado acaricie, lenta y dulcemente,
tu tistreza.


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