10 enero 2015
• Pedro Javier Martín Pedrós •
En aquella ocasión, me encontraba a pie de playa,
era un miércoles de Agosto al medio día,
con un calor insoportable, del que me refugiaba
en mi vieja sombrilla, cómplice de tantas historias…
Tenía entre mis manos el libro «Fe de erratas «
De José María Parreño, perteneciente a la colección
Puerta del Mar, abierto en la página 75
de esta edición donde leía un poema que empieza…:
«De entre todas las cosas
amo las desgastadas,
las que el tiempo decora con cambios y con
pérdidas.»
A lo lejos empiezo a recibir un sonido
como una voz, cascada en soporte de
megáfono de mano, que se acerca lentamente,
me voy esforzando en descifrar su mensaje, que dice:
¡Oiga, llevo la patata, la botella de agua, el
acuárium, la coca-cola, la cerveza fresquita!
Insiste una y otra vez, casi seguido. Ya frente a mí:
¡Oiga, llevo la patata, la botella de agua!…
una y otra vez.
Recibo la imagen de un joven de raza gitana,
descamisado, con sombrero de paja y
carrillo de obra viejo.
Su mercancía situada ordenadamente para dejar espacio
a un altavoz de mano a pilas,
cuya grabación repetitiva solo desconecta
cuando se le acerca un cliente.
Entretenido con esta imagen continúo
leyendo el poema de Parreño:
«El tiempo las corrige,
las dispone para su verdadero cometido,
las detiene invisibles de
tanto ser miradas…»
Doy un salto en mi mente y sin
darme cuenta,
me pregono en mi interior
con infinita timidez:
¡Oiga, llevo el mar, la sonrisa!
el azul, el abrazo, la poesía, la patata!
¡Oiga, llevo el mar, la sonrisa,
el azul, el abrazo, la poesía, la patata!
Del libro: Sin dejar señales.
Colección: Poesía en la distancia.
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