19 mayo 2015
Walt Whitman
CRONISTAS DE LOS SIGLOS
Cronistas de los siglos,
venid, voy a tomaros bajo este impasible exterior,
voy a enseñaros qué decir de mí:
publicad mi nombre y colgad mi retrato como el del amante más tierno,
el retrato del amigo, del amante, a quien su amigo, su amante, ama con pasión,
que no estuvo orgulloso de sus cantos sino del inconmensurable océano de amor que había en él, y al cual libremente abrió la esclusa;
que con frecuencia hacía solitarios paseos a pie, pensando en sus amigos bienamados, en sus amantes;
que, lejos del que amaba, permaneció acostado en la noche, sin sueño y desgraciado;
que conoció muy bien el obsesivo miedo de que el amado pudiese ser, en secreto, indiferente para con él;
cuyos días más felices fueron aquellos en los que se hallaron lejos, a través de los campos, en los bosques, sobre las colinas, él y algún otro, abandonando la mano en la mano, aparte ambos del resto de los hombres;
que, frecuentemente, cuando él vagaba por las calles, curvó con su brazo la espalda de su amigo, mientras que el brazo de éste se apoyaba también sobre él.
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