POÉTICA
No
creo en las poéticas. Lo único que se le puede pedir a un poeta es que
ponga el alma en lo que escribe y que ilumine la oscuridad. Lo primero
tiene que ver con el riesgo interior: la emoción y la esencia. Lo
segundo, con el desvelamiento, la visión y la voz. Pero las
teorizaciones son engañosas y a menudo nos llevan a enredarnos entre
palabras. Y se trata más bien de acercarse a lo que está más allá del
lenguaje. Por eso, mejor entrar en el poema y hacerlo nuestro. (2004)
La
palabra tiene poder, pero no es suficiente. Acaricia, sugiere,
explosiona, invoca, corroe, inspira, hiere, restituye, bordea, mece,
entreteje, nutre, hasta «ensancha la frontera», pero no traspasa su
propio límite por amplio que sea. Puede acompañarnos lejos, cruzar
umbrales. Todos menos uno. Así, toda obra literaria es un fracaso.
Beckett sabía de eso. El creador (hombre y/o mujer) que no lo sepa, se
engaña. Podrá ser más feliz, eso sí, podrá ser aplaudido en las listas
de más vendidos, recibir el Nobel o ejercer de mandarín. Pero no
conocerá la entraña de su arte.
El
poeta trabaja con las palabras a un nivel diferente del cotidiano.
Todas están, o casi, en el diccionario. Pero el uso que hace de ellas no
es exactamente el mismo. Por supuesto, hay muchos tipos de poesía y
todavía no existe un medidor capaz de puntuarla según índices de
poeticidad. Ha habido propuestas esforzadas para estudiar de una manera
«científica» qué elementos hacían de un texto que fuera un texto
poético. A pesar del interés innegable de estos estudios, me temo que en
este caso pasó como en el de la rana, que consiguieron estudiarla muy
bien pero el resultado fue una rana muerta.
Está
claro que la poesía presenta múltiples apariencias y responde a más de
un enfoque vital y estético. Entre el minimalismo más extremo y el
barroquismo desaforado, entre los haikus y las sesiones de poetry slam,
entre los sonetos y la escritura automática, eso que conocemos corno
poesía se metamorfosea a lo largo del tiempo. Los especialistas son
capaces de rastrear líneas, influencias, evoluciones, variaciones, con
suerte hasta innovaciones, todo con sólidas apoyaturas bibliográficas.
Por supuesto, tengo mis gustos personales. Por decirlo de alguna manera,
prefiero en general la poesía profética a la mimética, pero sobre todo
prefiero la buena poesía, aun sin medidor. Con el criterio y el olfato
afinados en la lectura, con el timón de la sensibilidad y con
conocimiento interno de causa.
A
pesar de prácticas más o menos espurias, la poesía no está supeditada
al mercado con la misma intensidad con que lo están la pintura, el cine o
la música moderna —la mayor parte de lo que se entiende por industrias
culturales. Ello hace que la figura del poeta haya pasado a ser
insignificante, como todo lo que no genera beneficios, al menos en el
mundo occidental. Como mucho, genera abrasiones en la vanidad si se ve
excluido de cierto canon o si no imparte cursos de verano o dirige una
revista.
Como
uno sólo puede responder por uno mismo, y no siempre, puedo decir que
me interesa leer la poesía que me enriquece como lectora. Y que me
interesa escribir sabiendo que en mí está el poso de lo que he leído, lo
que he vivido, lo que soy, pero para decirme y «decir lo que importa».
Sin poéticas. Sin autojustificaciones. Por encima de modas culturales,
de intereses editoriales, de limitaciones individuales, el poeta ha de
jugarse entero en su poesía. Al poeta se le ha de pedir —y antes que
nada, se lo ha de exigir a sí mismo— la honestidad de crear la mejor
obra que le sea posible. Es su reto y se supone que su elección. En todo
caso, que cada lector entre en el poema y haga suyo lo que le sirva.
(2009)
Carmen Borja
No
creo en las poéticas. Lo único que se le puede pedir a un poeta es que
ponga el alma en lo que escribe y que ilumine la oscuridad. Lo primero
tiene que ver con el riesgo interior: la emoción y la esencia. Lo
segundo, con el desvelamiento, la visión y la voz. Pero las
teorizaciones son engañosas y a menudo nos llevan a enredarnos entre
palabras. Y se trata más bien de acercarse a lo que está más allá del
lenguaje. Por eso, mejor entrar en el poema y hacerlo nuestro. (2004)
La
palabra tiene poder, pero no es suficiente. Acaricia, sugiere,
explosiona, invoca, corroe, inspira, hiere, restituye, bordea, mece,
entreteje, nutre, hasta «ensancha la frontera», pero no traspasa su
propio límite por amplio que sea. Puede acompañarnos lejos, cruzar
umbrales. Todos menos uno. Así, toda obra literaria es un fracaso.
Beckett sabía de eso. El creador (hombre y/o mujer) que no lo sepa, se
engaña. Podrá ser más feliz, eso sí, podrá ser aplaudido en las listas
de más vendidos, recibir el Nobel o ejercer de mandarín. Pero no
conocerá la entraña de su arte.
El
poeta trabaja con las palabras a un nivel diferente del cotidiano.
Todas están, o casi, en el diccionario. Pero el uso que hace de ellas no
es exactamente el mismo. Por supuesto, hay muchos tipos de poesía y
todavía no existe un medidor capaz de puntuarla según índices de
poeticidad. Ha habido propuestas esforzadas para estudiar de una manera
«científica» qué elementos hacían de un texto que fuera un texto
poético. A pesar del interés innegable de estos estudios, me temo que en
este caso pasó como en el de la rana, que consiguieron estudiarla muy
bien pero el resultado fue una rana muerta.
Está
claro que la poesía presenta múltiples apariencias y responde a más de
un enfoque vital y estético. Entre el minimalismo más extremo y el
barroquismo desaforado, entre los haikus y las sesiones de poetry slam,
entre los sonetos y la escritura automática, eso que conocemos corno
poesía se metamorfosea a lo largo del tiempo. Los especialistas son
capaces de rastrear líneas, influencias, evoluciones, variaciones, con
suerte hasta innovaciones, todo con sólidas apoyaturas bibliográficas.
Por supuesto, tengo mis gustos personales. Por decirlo de alguna manera,
prefiero en general la poesía profética a la mimética, pero sobre todo
prefiero la buena poesía, aun sin medidor. Con el criterio y el olfato
afinados en la lectura, con el timón de la sensibilidad y con
conocimiento interno de causa.
A
pesar de prácticas más o menos espurias, la poesía no está supeditada
al mercado con la misma intensidad con que lo están la pintura, el cine o
la música moderna —la mayor parte de lo que se entiende por industrias
culturales. Ello hace que la figura del poeta haya pasado a ser
insignificante, como todo lo que no genera beneficios, al menos en el
mundo occidental. Como mucho, genera abrasiones en la vanidad si se ve
excluido de cierto canon o si no imparte cursos de verano o dirige una
revista.
Como
uno sólo puede responder por uno mismo, y no siempre, puedo decir que
me interesa leer la poesía que me enriquece como lectora. Y que me
interesa escribir sabiendo que en mí está el poso de lo que he leído, lo
que he vivido, lo que soy, pero para decirme y «decir lo que importa».
Sin poéticas. Sin autojustificaciones. Por encima de modas culturales,
de intereses editoriales, de limitaciones individuales, el poeta ha de
jugarse entero en su poesía. Al poeta se le ha de pedir —y antes que
nada, se lo ha de exigir a sí mismo— la honestidad de crear la mejor
obra que le sea posible. Es su reto y se supone que su elección. En todo
caso, que cada lector entre en el poema y haga suyo lo que le sirva.
(2009)
Carmen Borja
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