
TODAS SON MIAS.
Yo
soy un ganapán de las ciudades. Con sus glorias y sus congojas, las
calles me reciben sin ninguna exigencia. Me ofrecen sus esquinas, sus
ventanas, sus puertas. Piso las baldosas y los adoquines y reconozco un
aire de familia. Recuerdo que bajo la ducha de un noveno piso de un
hotel de Copenhague distinguí los tejados y los faroles y una plaza que
me recordó otra de Helsinki. Todas son mías. Está la calle de Milán que
me transportó a Buenos Aires, digamos a Rivadavia y Tañcahuano. Todas
son mías.A veces repaso el campo pero de lejos, y echo de menos las
torres, los templos, las estatuas. Entonces me doy vuelta y la ciudad me
recibe como a uno de los suyos. No importa si es Praga o Amsterdam o
Barcelona. Todas son mías. Camino despacito, reconociendo lo desconocido
y juego con los rostros, que por supuesto son ciudadanos. El
intercambio es recíproco y yo recibo y doy.Estas paredes no son las
mismas que las de allá, pero las toco como si lo fueran. Hay una
evocación alucinada de algo que me pertenece y sin embargo no es mío.
Calles y más calles. Esto es ciudad, y punto. Avenidas y arterias que
vienen del pasado y quién sabe hasta dónde llegarán. Distritos y
parroquias, suburbios o arrabales, las ciudades intercambian su norte y
hasta esconden el sur.A ésta le presto un color de aquélla y me fabrico
un éxtasis primario, tan sencillo como el que hace décadas nació en mi
esquina. Fui niño capitalino, comunal, y ahora, gracias al mar y al
viento, al vino y a la suerte, soy apenas un viejo, claro que más
sonante que contante, pero eso sí, siempre de ciudad
De Vivir adrede).
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