A UNA VENDEDORA DE AMOR
Hay una musa
ofreciendo su alma carnal.
La miro…
No me agrada mercar sus caricias.
Una luz misteriosa en el brillo de sus ojos
me enciende la sangre,
el sentido de la equidad se me empaña.
Me surgen dudas. ¿Y si es una diosa?.
Su mirada de hada perversa,
minimiza mis titubeos,
los sentidos se me erizan
y ruedo por abismos innombrables.
Más tarde… allá de madrugada,
un desvanecido y dulce sueño
y una humedad inusual
se ahogan en mis desvelos.
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