21 septiembre 2015

Miguel Hernández





El herido I

    Para el muro de un hospital de sangre
    Por los campos luchados se extienden los heridos.
    Y de aquella extensión de cuerpos luchadores
    Salta un trigal de chorros calientes, extendidos
    En roncos surtidores.

    La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo.
    Y las heridas sueñan, igual que caracolas,
    Cuando hay en las heridas celeridad de vuelo,
    Esencia de las olas.

    La sangre huele a mar, sabe a mar y a bodega.
    La bodega del mar, del vino bravo, estalla
    Allí donde el herido palpitante se anega,
    Y florece y se halla.

    Herido estoy, miradme: necesito más vidas.
    La que contengo es poca para el gran cometido
    De sangre que quisiera perder por las heridas.
    Decid quién no fue herido.

    Mi vida es una herida de juventud dichosa.
    ¡Ay de quien no esté herido, de quien jamás se siente
    Herido por la vida, ni en la vida reposa
    Herido alegremente!

    Si hasta a los hospitales se va con alegría,
    Se convierten en huertos de heridas entreabiertas,
    De adelfos florecidos ante la cirugía
    De ensangrentadas puertas. 

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