02 octubre 2015

FÉLIX MORALES PRADO

 

CARTAS DESDE PUNTA OSCURA
(del libro “Cuadernos de Maldevo”)
   

  
            Cuando te escribo, hermano, y las palmeras son sólo palmeras que cierran en sí mismas el símbolo que habitan, las mueve el viento que cíclicamente azota la isla. No es tiempo de tormenta ahora. La canícula, aliviada por este raro cierzo, descansa el corazón hasta el que llegan las olas a través de los ojos que se me aparecen como dos pequeñitas fotografías del mar. Las tormentas, hoy, son tan sólo un recuerdo que guardo como un tesoro entre los sorbos del licor y la ignorancia. Las noches frías de los meses fríos y las cortinas de lluvia que guardaban, ocultaban, impedían el agua de navegar y el horizonte, se me pasean por dentro junto con los deseos. La luz que se moría en su intención primera aquellos atardeceres de Marzo, ahora inunda el zaguán acompañada por los lagartos y las moscas. No son ya los cristales de las ventanas límites del mundo a los que la humedad convierte en bruma para el recreo del alma triste que allí busca a su hermana. ¡Y qué burdos símbolos, amigo! ¡Cómo el lenguaje, viejo, desfallece y se duerme en esta siesta de verano que busca sueños perdidos en años ya perdidos! Suena en jazz el vibráfono desde la pizarra del disco en el gramófono: Ese discurso que nada dice y así lo dice todo. Los hombres que eligieron la trompeta o el saxo. La leyenda de los que buscan la voz del mar y no la encuentran. Las calles, las únicas calles, las verdaderas calles dibujándose en esa ensoñación. ¿Te acuerdas de los cuentos de mamá, su crueldad y el hielo y el jardín? O el conejito de las madrugadas en el patio de la casa de campo, cuando charlábamos sobre N. Y., sobre su olvido y de marcharnos para siempre.
 
Antes de que se me olvide: La finca de la torre alta la vendieron. A los perros, al pequeño terrier y al afgano de ojos de tabaco, los mataron. Ahora vivimos en otro sitio y la hermana agoniza. De nostalgia, les digo yo. Pero ellos sólo saben llorar. Tienen siempre puesta esa canción que ella ama. Yo nunca voy a verla (tú ya me conoces). Fumo y bebo pensando. Y algunas veces abro la ventana y me asomo: Atardeceres que dormitan. Y nada más. Quizás algún gemido desde el fondo, que se me borra pronto, y entonces ya no sé qué pasará más tarde, en esos otros días rotos que ignoramos.


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