CARTAS
DESDE PUNTA OSCURA
(del
libro “Cuadernos de Maldevo”)
Cuando te escribo, hermano, y las palmeras son sólo palmeras que cierran
en sí mismas el símbolo que habitan, las mueve el viento que cíclicamente
azota la isla. No es tiempo de tormenta ahora. La canícula, aliviada por este
raro cierzo, descansa el corazón hasta el que llegan las olas a través de los
ojos que se me aparecen como dos pequeñitas fotografías del mar. Las
tormentas, hoy, son tan sólo un recuerdo que guardo como un tesoro entre los
sorbos del licor y la ignorancia. Las noches frías de los meses fríos y las
cortinas de lluvia que guardaban, ocultaban, impedían el agua de navegar y el
horizonte, se me pasean por dentro junto con los deseos. La luz que se moría en
su intención primera aquellos atardeceres de Marzo, ahora inunda el zaguán
acompañada por los lagartos y las moscas. No son ya los cristales de las
ventanas límites del mundo a los que la humedad convierte en bruma para el
recreo del alma triste que allí busca a su hermana. ¡Y qué burdos símbolos,
amigo! ¡Cómo el lenguaje, viejo, desfallece y se duerme en esta siesta de
verano que busca sueños perdidos en años ya perdidos! Suena en jazz el vibráfono
desde la pizarra del disco en el gramófono: Ese discurso que nada dice y así
lo dice todo. Los hombres que eligieron la trompeta o el saxo. La leyenda de los
que buscan la voz del mar y no la encuentran. Las calles, las únicas calles,
las verdaderas calles dibujándose en esa ensoñación. ¿Te acuerdas de los
cuentos de mamá, su crueldad y el hielo y el jardín? O el conejito de las
madrugadas en el patio de la casa de campo, cuando charlábamos sobre N. Y.,
sobre su olvido y de marcharnos para siempre.
Antes
de que se me olvide: La finca de la torre alta la vendieron. A los perros, al
pequeño terrier y al afgano de ojos de tabaco, los mataron. Ahora vivimos en
otro sitio y la hermana agoniza. De nostalgia, les digo yo. Pero ellos sólo
saben llorar. Tienen siempre puesta esa canción que ella ama. Yo nunca voy a
verla (tú ya me conoces). Fumo y bebo pensando. Y algunas veces abro la ventana
y me asomo: Atardeceres que dormitan. Y nada más. Quizás algún gemido desde
el fondo, que se me borra pronto, y entonces ya no sé qué pasará más tarde,
en esos otros días rotos que ignoramos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario