Para qué la poesía
Para vigilar mientras todos duermen
Definitivamente
hay que vigilar. No nos queda sino vigilar mientras todos duermen. (E.
Montejo). La labor del poeta es la de la vigilancia. La tarea de la
poesía: vigilar. Que la eternidad no es más que el mar andando con el
sol. O una calle, el mundo de madrugada, no más que la vigilia del
poeta. Sentemos día y noche a la Belleza sobre las rodillas, a pesar de
que amarga la sintamos y tengamos que injuriarla. Escuchemos las
estrellas, sentados al borde de la noche o el camino. Enconchémonos
nomás en el misterio. Hagamos lo imposible con tal de ser videntes.
Abordemos lo desconocido por medio del desequilibrio de todos los
sentidos. Necesario ser Vidente. Hacerse Vidente. Volverse Vidente.
Vigilante. Por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los
sentidos.
Vuelve,
Arturo, Vidente Amigo. Recuérdanos siempre la Vigilia, su vigor y su
ternura. Que nunca, esclavos, maldigamos la vida; antes, libres,
cantemos, vigilemos la marcha de los pueblos. Seguros de que, al
amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las
espléndidas ciudades.
Amanece
con el alba, barco ebrio, mariposa de mayo, perdida en las crines de
los huracanes de Marsella, compartiendo el fulgor de Aldebarán. Ermitaño
augusto, vigoroso camarada, esquiva naufragios y centellas, vuela libre
tu alma centinela. Armémonos contra la injusticia. Demos por sagrado el
desorden de nuestro espíritu, por ineludible el insomnio y la noche que
nos cruzan.
Indispensable
llegar a lo desconocido. Porque en el tiempo no fuiste un pájaro sino
un rayo en la noche de la especie, una persecución sin tregua de la
vida, una raza que canta en la tormenta, relumbra, vela, brilla,
resplandece, para que el canto siempre permanezca.
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