NÉCTAR DE AJENJO
Pérfida. Angosto mal.
Ícaro perpetuo donde dormir
en el trasiego.
Las esquinas hablan con un
vacío en el quicio,
y borran vientos, ¿acaso el
mar?
Dime la silueta equivocada
como las voces.
Los fríos intensos de la
mentira, o la burda tragedia.
No soy un sainete
despeinando llamas.
El quemazón es enorme.
Como las sílfides que
reniegan en el placer
de los minutos equivocados
por la boca.
El pez muerto, inviolable,
la usurpadora estirpe del
motín de mi enemigo.
La inquietud o la supremacía.
Los brazos en cruz y el
norte
perdido en la cuaresma del
destierro.
Y trago el aguardiente en la
tráquea
de los sustantivos que
invoco, que pierdo o reniego
en la equidistante
marquesina de implorar y sucumbir.
Una y otra, otra conducta
cruel
entre Dios y yo, o lo
siguiente.
Amante muerto o quizás
el dedo en los labios
moribundos.
El amor que escapa,
la indigencia de los besos,
de la fiebre angustiada por
el tedio.
Y yo pensando en ti como los
roces,
en la mano hacia mi sexo
doliente de codicia
mundana.
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