Para qué la poesía
Para alumbrar la maravilla
En
torno al Festival Internacional de Poesía, en la ciudad de Medellín,
sostiene uno de los asiduos participantes, el poeta uruguayo Clemente
Padín: ”En instantes en que toda una campaña internacional de
desprestigio y desvalorización de la sociedad colombiana, llevada a cabo
por los mismos que promueven el “Plan Colombia”, intenta forzar a la
opinión pública mundial a aceptar una intervención militar solapada e
indirecta, la poesía, mejor dicho sus cultores, los poetas, deciden con
su presencia masiva forzar ese bloqueo contra la esperanza y la paz.”
Justamente
sus propios promotores siempre han estado convencidos de que el
Festival fue fundado en 1991, en medio de un clima de violencia y
muerte, como expresión de la capacidad movilizadora de la poesía para
reconstruir el tejido social lacerado por la explosiva disgregación y
proponer nuevas alternativas a la vida humana. Indudablemente, una
multitudinaria cita de las más diversas y desencontradas tendencias
poéticas del mundo entero; “la mayor y más grande concentración de
artistas de la palabra en un solo punto” en observación de Padín. El
éxito rotundo del Festival, la consolidación de las organizaciones de
poetas y los festivales internacionales de poesía existentes en el
mundo; el surgimiento constante de nuevos proyectos similares, La
Academia Mundial de la Poesía, cuyo corazón late ya en Verona, permiten
prever una influencia cada vez mayor de la poesía en la sociedad humana,
máxime cuando ya comienza a afirmarse que este siglo será poético o no
será.
El tiempo da, así, la razón a Jorge Zalamea, autor de “La poesía ignorada y olvidada”,
quien en 1966 sostenía que al menos cuantitativamente no había para ese
entonces una crisis poética sino, por el contrario, una explosión
poética, donde el público, las masas, respondían a ese fenómeno,
explicando tal panorama con estos enfáticos, proféticos términos: “Ante
la demanda popular de poesía, los poetas, consciente o
inconscientemente, se han percatado de que su obra no puede estar ya
limitada por las pastas del libro sino que tiene que retornar a sus más
primitivos orígenes: la poesía comunicada al aire libre, de boca en
boca, en comunión del poeta con sus oyentes.”
La
poesía, que desde su primigenia madrugada fue el cauce natural del
hombre para descifrar su lento asombro; la poesía, por la que
paulatinamente el hombre busca afianzarse, proseguirá eternamente
predicando y develando lo enigmático, lo irredimible; lo lumínico, lo
inimaginable, lo asombroso, lo inaudible que reposa en la oquedad
fulgente del camino. Parte de asombro, lunas y ocultamientos, en
aparente complicidad, “se hermanan para alumbrar la maravilla...
descubrir la dicha oculta... exultar la certeza sensible”, volver al
hallazgo de estar vivos, de ser definitivamente “un gran dolor en viaje”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario