MIRANDO LA CIUDAD
Mirando la ciudad
llevada a su extremo,
a tu limite,
a mi horizonte,
es difícil no pensarte,
no imaginarte.
Quizá ahora sonríes,
quizá estás perdido como un niño a solas,
quizá te preguntaste por mi
y como yo,
ya no tienes respuestas.
Mirando la ciudad
llevada a su extremo,
a su límite,
a su horizonte,
con sus edificios
formando ángulos
entre el cielo y las azoteas,
con los pájaros
restando importancia al vuelo,
con el sol que poco a poco
se hace indiscutiblemente
invisible.
Es la noche severa
la que me mata,
sin tu pelo negro apoyado en mi hombro
como quien se dispone a llorar,
sin tus dedos desfilando
entre mis tristezas y mis muslos,
en ese orden.
Quiero que vengas
como esos pájaros
que restan importancia al vuelo,
quiero que te quedes
como tu rastro cada vez que te nombro.
Antónimo de cobijo
quizá estás perdido como un niño a solas,
quizá te preguntaste por mi
y como yo,
ya no tienes respuestas.
Mirando la ciudad
llevada a su extremo,
a su límite,
a su horizonte,
con sus edificios
formando ángulos
entre el cielo y las azoteas,
con los pájaros
restando importancia al vuelo,
con el sol que poco a poco
se hace indiscutiblemente
invisible.
Es la noche severa
la que me mata,
sin tu pelo negro apoyado en mi hombro
como quien se dispone a llorar,
sin tus dedos desfilando
entre mis tristezas y mis muslos,
en ese orden.
Quiero que vengas
como esos pájaros
que restan importancia al vuelo,
quiero que te quedes
como tu rastro cada vez que te nombro.
Antónimo de cobijo
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