La cronología de un vuelo
Hay momentos en la vida en los que decidimos ser racionales, aunque solo
sea por unos minutos, tocar la gloria del razonamiento como si ningún
daño tuviese poder, mente y mirada, mirada y miento, la miopía me
permite verme de lejos, imaginándome incierta en la mirada de alguien
que se cree acierto, me pasa a veces que observo mi sombra bailando y
mirando el cielo, reuniendo a pájaros que se creen perdidos con el único
afán de perderse entre ellos.
Creo en la vida como creo en el café, creí a ciencia ciega para poder
dejar de ver, y me toco por dentro cuando por fuera algo quema, y creo
en la vida me repito, porque nunca he dejado de ver. Tenemos la
capacidad de intuirnos volando con otros pájaros, tenemos la suerte de
saber que los muros son imaginarios, que el que vuela como una ola
siente como un loco, y no pretendas escuchar mis ladridos porque yo
prefiero llorar en algún nido con rima sin sentido.
Imaginarme imperfecta en los brazos del que mira al cielo primero y
después a mi, me parece humano sin verso complicado, somos almas con
partículas conectoras, con pentagramas pintados de música azul, con
razonamientos cortos y esperanzas largas. No le tengo miedo a los
balcones colgantes porque en él habitan las almas de otros que siempre
llevo en mi ser, a ellos nunca los despedí, pero sí los recé, por la
creencia interior de que una flauta tenga más poder que un arma, por ese
rezo que implora pero no invoca en vano, nunca lineal, pero siempre
leal.
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