
Jesús Delgado Valhondo Poeta y narrador. Tras la muerte de su padre, acaecida cuando tenía nueve años, se trasladó a vivir a Cáceres, donde se dará a conocer como poeta, y donde trabará amistad con los escritores Pedro Caba, Eugenio Frutos, Pedro de Lorenzo, José Canal, Rodríguez-Moñino. Así comenzó su vinculación a la literatura, a la par que estudiaba magisterio, profesión que luego ejercería en distintas localidades de la región.
De las experiencias que en ellas vivió se ha enriquecido su obra, una obra que empezó a tomar forma siendo nuestro poeta muy joven aún: entonces empezó a colaborar en las más destacadas revistas españolas (Garcilaso, Espadaña, Litoral, Corcel), además de formar parte del grupo fundador de la revista cacereña Alcántara. De este modo pronto dio muestras de un temperamento comprometido, que le animó a fundar -junto a otros escritores- la Asociación de Escritores Extremeños, y que le llevó a intervenir en la prensa, no ya como poeta, sino como analista del panorama cultural extremeño. A tal interés se deben sus intervenciones en el diario Hoy, donde durante un tiempo escribió una página literaria en la que intentó airear la creación literaria de esta región. Es más, también fue un inspiradísimo autor de cuentos (“Celo, el tonto”, “Las voces del pozo”, “Anita), en los que se mezclan lo popular, la ternura y el humor, y que tratan temas esencialmente poéticos: desde la muerte, el amor, la locura, hasta lo enigmático de la vida.
Pero su proyección, con el tiempo, se asentará sobre la poesía, y a partir de los años sesenta, se convertirá en nombre integrante de cualquier antología de poesía española: Anuario de la poesía española (1967), Quién es quién en las letras españolas (1979). Lector impenitente de Juan Ramón Jiménez, pronto descubrirá su propio camino. Y pocos poetas hallaremos tan imprevisibles en su trayectoria, tan variados, tan fieles a la emoción del momento. Y pocos tan exigentes consigo mismo, tan insatisfechos, tan tenazmente perfeccionistas. En todos los casos se advierte una cuidada construcción textual, una organización interna meditada, coherente, que la aparente espontaneidad de los versos oculta con frecuencia.
En sus poemas, un impresionismo melancólico cubre el tema, siempre trascendente. De este modo Delgado Valhondo recoge los matices existenciales, religiosos y hasta neorrománticos que se dieron en los poetas de la Generación del 36, a la que pertenece por edad. Como en Panero, Vivanco o Rosales, la veneración por la cercanía del misterio -en estrecha relación con la fe religiosa- connota buena parte de sus creaciones, sobresaliendo igualmente los temas familiares. En su poesía el tema de la muerte, por ejemplo, entre otros muchos que toca, no adopta grandilocuencia de tono, ni se vierte en patetismos inútiles. Antes bien, cobra su verdadero sentido de coetaneidad, de vecindad con la vida.
Delgado Valhondo es un poeta intensamente lírico tanto en la materia como en la expresividad. En él armonizan la naturalidad de expresión, la originalidad metafórica y la exquisitez. Dice sin falsos añadidos retóricos, de forma directa, escueta. Con gran economía de medios expresivos, Jesús construye poemas llenos de emoción contenida, en los que gusta del léxico cotidiano.
Y en lo que a métrica se refiere, Jesús Delgado pasa con naturalidad de la cancioncilla asonantada al molde rígido del soneto, y de éste a la fluencia del verso libre sin que en ningún momento predominen modelos perceptibles, dejándose gobernar por la exigencia de cada motivo que poetiza.
El año cero consta de poemas muy breves, de versos cortos, que plasman suaves pinceladas de aire impresionista. Con tintes de melancolía, van surgiendo los temas intimistas junto a rápidas evocaciones de los lugares queridos (Mérida, Cáceres) No falta tampoco la presencia del tiempo, ni el mundo vegetal. Siempre con economía de medios, el poeta consigue comunicar eficazmente ese mundo de emociones que lo inunda.
En cualquiera de sus poemas notamos la sencillez y originalidad de los temas, la ternura con que acaricia las cosas más humildes, con dobladas ironías. Se le notan entrañas populares, hondamente interpretadas; y dolores metafísicos, una honda pena y melancolías auténticas.
La esquina y el viento fue una obra que produjo una gran admiración a Juan Ramón Jiménez. Según testimonia Ricardo Gullón, en Conversaciones con Juan Ramón Jiménez (1958), el eximio poeta declaró a raíz de su lectura:Ahora se escribe en España muy buena poesía. Estoy tan contento de ella como disgustado por la escrita en la emigración. Aquí traigo un libro, La esquina y el viento, de Delgado Valhondo, nutrido de la mejor poesía moderna.
Delgado Valhondo canta a la naturaleza, personificándola, descubriendo un mundo cálido en la intimidad de cada ser, incluso de los más insignificantes. Es todo agudeza visual. Las imágenes, los poemas breves -especialmente canciones, nanas y villancicos- son de gran belleza.
El libro aparece dividido en cuatro partes, pero en nada afecta tal división a su unidad esencial: la temática no difiere de unas partes a otras y se centra siempre sobre el existir. Cierto que esta temática es existencialista, en el sentido general de la palabra, pero no por vinculación a ningún existencialismo, sino porque la experiencia individual del poeta y el aire de nuestro tiempo hacen vivir estos problemas.
Las dos primeras partes apenas si tienen otra diferencia que la métrica, de metros cortos (como en Madrugada), que predominan en la primera, y largos en la segunda. La tercera tiene como temática externa la experiencia escolar que el autor vive, y donde la escuela se desrealiza en el ámbito de la poesía. En la cuarta parte, el tema de Dios, que ha sido motivo constante a lo largo de otros poemarios, se queda solo, dando su alto tono final, y subrayando cuál es la fuente suprema de esta poesía. El tema religioso adopta dos modalidades: por un lado, la ingenua del villancico y la canción; y por otro, la postura angustiada de un hombre que vive cara a cara consigo mismo, en la más impresionante autenticidad, y cercado por los embates de nuestra época.
Lo sorprendente del libro proviene de la introducción de las experiencias cotidianas en medio de un tono lírico elevado. La profunda humanidad, que alienta en los versos, es lo que trae a esta poesía los temas del existencialismo actual. El dolor y la angustia son motivos constantes. El tema de la muerte se trata de forma impresionante. Poesía, pues, humanísima, que ni endiosa al hombre ni le cosifica. Le trae palpitante, con sus dudas, sus caídas, sus goces y esperanzas.
La muerte del momento contiene una parte inicial donde se cantan realidades cotidianas de la vida pueblerina, aunque muy hondamente interiorizadas: un entierro que pasa; el primer día de clase del niño huérfano; la escasez en el hogar... Como ejemplo nos puede valer el poema Momento de vida. El poeta, atento a sus ecos íntimos, -en la línea de Antonio Machado-, nos transmite las vibraciones de un alma capaz de conmoverse ante el llanto de un niño o la hierba herida. Poco a poco, la carga existencial de los poemas crece.El poeta entona sus dudas y misterios de soledades; cuenta menudencias de su diario vivir familiar, casero; pero la temática de esta colección de poesías es el “más allá”, es el tránsito temido y deseado en la barca de Aqueronte. Un manojo de flores de camposanto.Sigue Delgado Valhondo, en este camino, la línea poética de Antonio Machado; pero la sigue sin ceder un ápice de sus propios sentimientos, de su recia personalidad. Su lira es, sin duda, menos profunda y filosófica que la del sevillano, pero tiene una energía nativa y una altivez tan arrogante que se reflejan en esa economía de florituras y de imágenes que le llevan a plasmar lapidariamente, en un rasgo de humor, de malhumor o de angustia, la carga emocional de su alma, que lanza como una flecha al corazón del lector.
Y como siempre, también aquí Delgado Valhondo va buscando siempre a Dios. Dios es su refugio, su consuelo; se dirige a Él, como a un amigo, como al Maestro, como a su protector. Estas poesías tienen las profundas suavidades del misticismo de San Juan de la Cruz. Pero sus pasos no avanzan con la firmeza absoluta de aquellas voces de cantores de pasados siglos. A veces el alma del poeta se llena de estas inquietudes y su andar vacila, se nubla de dudas. En metros clásicos, con la omnipresencia de una rima suave, Delgado Valhondo nos manifiesta su desconcierto unamuniano ante la certeza de la muerte. Para él, no obstante, existe la seguridad de una supervivencia garantizada por ese Dios con el que dialoga... Siempre simpatizó con el existencialismo cristiano.La vara del avellano es una obra breve –en torno a quinientos versos-, muy en la línea de su autor. Se abre con cita de Juan Ramón Jiménez y rebosa intimismo. La pasión por la desnudez lo conduce a talar artículos, eludir términos y sostener su expresión en rapidísimas pinceladas.
La alternancia de versos rimados y libres, las llamadas a un Dios siempre próximo, los juegos de palabras, la creatividad lingüística (“sanchovientre”, “aguadiós”), la riqueza metafórica que en ocasiones ronda lo irracional surrealista (“sangraba el músculo del viento”, “un dios pequeño y sordo/ hace puntillas en los hilos del frío) son notas típicas de Delgado Valhondo. En muchas ocasiones los textos, sin abandonar su hondo lirismo, contienen elementos de carácter narrativo, como ocurre en El tonto del pozo.
Un árbol solo es acaso el libro más unitario y maduro de Jesús Delgado Valhondo, el que mejor sintetiza su mundo poético. Libro de enorme desnudez, obra depurada y conmovedora; Un árbol solo supuso un hito en la trayectoria poética de Jesús Delgado Valhondo, cuando contaba con cerca de setenta años. A esa edad tuvo la fuerza de empezar un nuevo rumbo. ¿O acaso hayamos de decir que fue la natural culminación de un proceso? Es un libro de poesía narrativo-meditativa. Si sus libros anteriores estaban constituidos por una serie de poemas, Un árbol solo está constituido por un solo poema. Si los libros anteriores recopilaban poemas que poseían su propia historia, cada uno de ellos, Un árbol solo narra una única historia. Así Delgado Valhondo enlazó con la gran poesía narrativo-meditativa inglesa, especialmente con la escrita por Wordsworth, Colerige y Browning.
De las experiencias que en ellas vivió se ha enriquecido su obra, una obra que empezó a tomar forma siendo nuestro poeta muy joven aún: entonces empezó a colaborar en las más destacadas revistas españolas (Garcilaso, Espadaña, Litoral, Corcel), además de formar parte del grupo fundador de la revista cacereña Alcántara. De este modo pronto dio muestras de un temperamento comprometido, que le animó a fundar -junto a otros escritores- la Asociación de Escritores Extremeños, y que le llevó a intervenir en la prensa, no ya como poeta, sino como analista del panorama cultural extremeño. A tal interés se deben sus intervenciones en el diario Hoy, donde durante un tiempo escribió una página literaria en la que intentó airear la creación literaria de esta región. Es más, también fue un inspiradísimo autor de cuentos (“Celo, el tonto”, “Las voces del pozo”, “Anita), en los que se mezclan lo popular, la ternura y el humor, y que tratan temas esencialmente poéticos: desde la muerte, el amor, la locura, hasta lo enigmático de la vida.
Pero su proyección, con el tiempo, se asentará sobre la poesía, y a partir de los años sesenta, se convertirá en nombre integrante de cualquier antología de poesía española: Anuario de la poesía española (1967), Quién es quién en las letras españolas (1979). Lector impenitente de Juan Ramón Jiménez, pronto descubrirá su propio camino. Y pocos poetas hallaremos tan imprevisibles en su trayectoria, tan variados, tan fieles a la emoción del momento. Y pocos tan exigentes consigo mismo, tan insatisfechos, tan tenazmente perfeccionistas. En todos los casos se advierte una cuidada construcción textual, una organización interna meditada, coherente, que la aparente espontaneidad de los versos oculta con frecuencia.
En sus poemas, un impresionismo melancólico cubre el tema, siempre trascendente. De este modo Delgado Valhondo recoge los matices existenciales, religiosos y hasta neorrománticos que se dieron en los poetas de la Generación del 36, a la que pertenece por edad. Como en Panero, Vivanco o Rosales, la veneración por la cercanía del misterio -en estrecha relación con la fe religiosa- connota buena parte de sus creaciones, sobresaliendo igualmente los temas familiares. En su poesía el tema de la muerte, por ejemplo, entre otros muchos que toca, no adopta grandilocuencia de tono, ni se vierte en patetismos inútiles. Antes bien, cobra su verdadero sentido de coetaneidad, de vecindad con la vida.
Delgado Valhondo es un poeta intensamente lírico tanto en la materia como en la expresividad. En él armonizan la naturalidad de expresión, la originalidad metafórica y la exquisitez. Dice sin falsos añadidos retóricos, de forma directa, escueta. Con gran economía de medios expresivos, Jesús construye poemas llenos de emoción contenida, en los que gusta del léxico cotidiano.
Y en lo que a métrica se refiere, Jesús Delgado pasa con naturalidad de la cancioncilla asonantada al molde rígido del soneto, y de éste a la fluencia del verso libre sin que en ningún momento predominen modelos perceptibles, dejándose gobernar por la exigencia de cada motivo que poetiza.
El año cero consta de poemas muy breves, de versos cortos, que plasman suaves pinceladas de aire impresionista. Con tintes de melancolía, van surgiendo los temas intimistas junto a rápidas evocaciones de los lugares queridos (Mérida, Cáceres) No falta tampoco la presencia del tiempo, ni el mundo vegetal. Siempre con economía de medios, el poeta consigue comunicar eficazmente ese mundo de emociones que lo inunda.
En cualquiera de sus poemas notamos la sencillez y originalidad de los temas, la ternura con que acaricia las cosas más humildes, con dobladas ironías. Se le notan entrañas populares, hondamente interpretadas; y dolores metafísicos, una honda pena y melancolías auténticas.
La esquina y el viento fue una obra que produjo una gran admiración a Juan Ramón Jiménez. Según testimonia Ricardo Gullón, en Conversaciones con Juan Ramón Jiménez (1958), el eximio poeta declaró a raíz de su lectura:Ahora se escribe en España muy buena poesía. Estoy tan contento de ella como disgustado por la escrita en la emigración. Aquí traigo un libro, La esquina y el viento, de Delgado Valhondo, nutrido de la mejor poesía moderna.
Delgado Valhondo canta a la naturaleza, personificándola, descubriendo un mundo cálido en la intimidad de cada ser, incluso de los más insignificantes. Es todo agudeza visual. Las imágenes, los poemas breves -especialmente canciones, nanas y villancicos- son de gran belleza.
El libro aparece dividido en cuatro partes, pero en nada afecta tal división a su unidad esencial: la temática no difiere de unas partes a otras y se centra siempre sobre el existir. Cierto que esta temática es existencialista, en el sentido general de la palabra, pero no por vinculación a ningún existencialismo, sino porque la experiencia individual del poeta y el aire de nuestro tiempo hacen vivir estos problemas.
Las dos primeras partes apenas si tienen otra diferencia que la métrica, de metros cortos (como en Madrugada), que predominan en la primera, y largos en la segunda. La tercera tiene como temática externa la experiencia escolar que el autor vive, y donde la escuela se desrealiza en el ámbito de la poesía. En la cuarta parte, el tema de Dios, que ha sido motivo constante a lo largo de otros poemarios, se queda solo, dando su alto tono final, y subrayando cuál es la fuente suprema de esta poesía. El tema religioso adopta dos modalidades: por un lado, la ingenua del villancico y la canción; y por otro, la postura angustiada de un hombre que vive cara a cara consigo mismo, en la más impresionante autenticidad, y cercado por los embates de nuestra época.
Lo sorprendente del libro proviene de la introducción de las experiencias cotidianas en medio de un tono lírico elevado. La profunda humanidad, que alienta en los versos, es lo que trae a esta poesía los temas del existencialismo actual. El dolor y la angustia son motivos constantes. El tema de la muerte se trata de forma impresionante. Poesía, pues, humanísima, que ni endiosa al hombre ni le cosifica. Le trae palpitante, con sus dudas, sus caídas, sus goces y esperanzas.
La muerte del momento contiene una parte inicial donde se cantan realidades cotidianas de la vida pueblerina, aunque muy hondamente interiorizadas: un entierro que pasa; el primer día de clase del niño huérfano; la escasez en el hogar... Como ejemplo nos puede valer el poema Momento de vida. El poeta, atento a sus ecos íntimos, -en la línea de Antonio Machado-, nos transmite las vibraciones de un alma capaz de conmoverse ante el llanto de un niño o la hierba herida. Poco a poco, la carga existencial de los poemas crece.El poeta entona sus dudas y misterios de soledades; cuenta menudencias de su diario vivir familiar, casero; pero la temática de esta colección de poesías es el “más allá”, es el tránsito temido y deseado en la barca de Aqueronte. Un manojo de flores de camposanto.Sigue Delgado Valhondo, en este camino, la línea poética de Antonio Machado; pero la sigue sin ceder un ápice de sus propios sentimientos, de su recia personalidad. Su lira es, sin duda, menos profunda y filosófica que la del sevillano, pero tiene una energía nativa y una altivez tan arrogante que se reflejan en esa economía de florituras y de imágenes que le llevan a plasmar lapidariamente, en un rasgo de humor, de malhumor o de angustia, la carga emocional de su alma, que lanza como una flecha al corazón del lector.
Y como siempre, también aquí Delgado Valhondo va buscando siempre a Dios. Dios es su refugio, su consuelo; se dirige a Él, como a un amigo, como al Maestro, como a su protector. Estas poesías tienen las profundas suavidades del misticismo de San Juan de la Cruz. Pero sus pasos no avanzan con la firmeza absoluta de aquellas voces de cantores de pasados siglos. A veces el alma del poeta se llena de estas inquietudes y su andar vacila, se nubla de dudas. En metros clásicos, con la omnipresencia de una rima suave, Delgado Valhondo nos manifiesta su desconcierto unamuniano ante la certeza de la muerte. Para él, no obstante, existe la seguridad de una supervivencia garantizada por ese Dios con el que dialoga... Siempre simpatizó con el existencialismo cristiano.La vara del avellano es una obra breve –en torno a quinientos versos-, muy en la línea de su autor. Se abre con cita de Juan Ramón Jiménez y rebosa intimismo. La pasión por la desnudez lo conduce a talar artículos, eludir términos y sostener su expresión en rapidísimas pinceladas.
La alternancia de versos rimados y libres, las llamadas a un Dios siempre próximo, los juegos de palabras, la creatividad lingüística (“sanchovientre”, “aguadiós”), la riqueza metafórica que en ocasiones ronda lo irracional surrealista (“sangraba el músculo del viento”, “un dios pequeño y sordo/ hace puntillas en los hilos del frío) son notas típicas de Delgado Valhondo. En muchas ocasiones los textos, sin abandonar su hondo lirismo, contienen elementos de carácter narrativo, como ocurre en El tonto del pozo.
Un árbol solo es acaso el libro más unitario y maduro de Jesús Delgado Valhondo, el que mejor sintetiza su mundo poético. Libro de enorme desnudez, obra depurada y conmovedora; Un árbol solo supuso un hito en la trayectoria poética de Jesús Delgado Valhondo, cuando contaba con cerca de setenta años. A esa edad tuvo la fuerza de empezar un nuevo rumbo. ¿O acaso hayamos de decir que fue la natural culminación de un proceso? Es un libro de poesía narrativo-meditativa. Si sus libros anteriores estaban constituidos por una serie de poemas, Un árbol solo está constituido por un solo poema. Si los libros anteriores recopilaban poemas que poseían su propia historia, cada uno de ellos, Un árbol solo narra una única historia. Así Delgado Valhondo enlazó con la gran poesía narrativo-meditativa inglesa, especialmente con la escrita por Wordsworth, Colerige y Browning.
POEMA
Me falta tiempo.
Lo he perdido hablando.
Afirmo.Niego.

Pierdo.Gano.
Soy un hombre bueno
del pueblo llano.
Sopeso el corazón.
A las gentes abrazo.
Por las plazas del mundo
dudosamente ando
y me quedo con niños
en la aurora jugando
y uno me dice:
¿Por qué estás llorando?
Me mira y me pregunta
si me duele algo
y por qué soy un solitario.
Nadie sabe quién soy.
Yo tampoco.
Borrón amargo.
Me publico
en cristales pisados.
Vuelvo atrás la cabeza.
Me tropiezo.
Me caigo.
Soy viejo.
Me muero a chorros,
Jesús Delgado.
JESÚS DELGADO VALHONDO (1.909-1.993)
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