
Mi tía Isabel
Como todos los últimos jueves de cada mes, voy a visitar a mi tía Isabel.
Camino despacito por la calle, intentando evitar los pequeños charcos que aún
quedan en las aceras como consecuencia de las últimas lluvias.
Llego al edificio donde vive mi tía; concretamente en el piso tercero. Me da un poco de miedo coger el ascensor, pues dos o tres veces me he quedado encerrada en uno y desde entonces siento un poco de claustrofobia. Me lo pienso un par de veces y finalmente decido que subiré los tres pisos a pie.
Llego un poco cansada; más bien acelerada, y llamo a la puerta. Me abre una chica que viene a limpiar la casa todos los jueves. Nos saludamos, pregunto por mi tía y ella me indica que entre al salón. Allí está ella; con la mirada aparentemente ausente, mirando a través de la ventana. Cuando me oye llegar, se acerca a mí con los brazos extendidos. Nos abrazamos. Su abrazo es cálido y me hace sentir protegida y arropada. Me dejo envolver por el cálido aroma de su perfume y de su piel.
“¿ Cómo estás cariño?”, me pregunta. Yo le respondo que estoy bien. No soy dada a expresar en diez segundos mi estado real de ánimo, y como la mayor parte de la gente, doy una respuesta automática, sin pensar mucho en lo que digo.
Nos sentamos. Observo que hay unos folios escritos sobre la mesa camilla y pregunto: “ “Tía, ¿los has escrito tú?” Ella asiente con la cabeza y me mira inquisitiva, como esperando un interés por mi parte hacia sus escritos.
“Si, tía”, le digo: “Me encantaría leerlo. Sabes que me encanta todo lo que escribes. Pero…¿ De qué va?”. “Pues, es un poema dedicado a la mujer”. ¿”Y…?”, le respondo.
“Bueno; me ha llevado a escribirlo el deseo de rescatar el poder y la belleza de lo femenino”. “Suena bien, tía.”
Nos sentamos. Mi tía pone en orden los folios. Observo que hay varios tachones y algunas palabras o frases están subrayadas.
Mi tía inicia la lectura de su poema en voz alta: Su voz susurrante empieza a emitir matices muy sutiles de introspección; luego, conforme va avanzando en la lectura, se va metiendo más y más en la piel del sentimiento-a veces ilusionado, a veces desgarrado- que le inspira el deseo de llegar a lo más profundo del ser.
No me puedo resistir a la tentación de escribir íntegramente el contenido de su ( yo le llamaría) poesía en prosa
.
Comienza así:
¡Ay, mujer, mujer…! Que te pierdes en el mundo de lo concreto y de las formas porque tu mundo pertenece a las esferas de lo no visible, a los sueños de los que te nutres y sin los cuales, ni ese fruto, ni esa flor, ni ese hijo que puedes concebir en tus entrañas, serían suficientes para hacerte sentir que perteneces a la tierra.
¡Ay mujer…! Que esos hombres que pueblan tu existencia están a orillas de tu mar, hambrientos de lo que saben que posees pero que no puedes dar.
¡Ay mujer…! Que podrías ir rasgando velos hasta dejar al descubierto tu gran tesoro, si sólo presintieras que lo posees.
Y tú; la única que consiguió armonizar lo bello con lo eterno, lo inconcreto y lo intangible con lo físico -vehículo de estrellas-. ¿Dónde encontraste al amante perfecto? ¿Dónde te esperaba? ¿Cómo supo verte? ¿Quién le enseñó a ver y a oír, a esperar, para poder percibir el espacio; el único espacio donde es posible el encuentro? y desde el cual partisteis -siguiendo la línea de lo eterno- hacia lo sin límites; hacia lo que ambos presentís que no tiene fin.
¿Quién te dio la sabiduría para alcanzar a saber…?
¡Ay mujer…! Que siendo parte como eres de una estrella, podrías iluminar la tierra con sólo atreverte a ser tú, tal como eres: Un espejismo, viento y canción, luz en la noche, sombra en la tarde…Madre en lo humano.
“Pero tía… ¡Qué bello es! ¿Quién te ha inspirado ese poema?” “¿Quién va a ser, mujer?: Has sido tú, la señora que vende cigarrillos en el kiosco de la esquina, la que vive en el 2º, la monja Carmelita que me vendió los rosquitos el otro día…Todas las mujeres que me he ido encontrando por la vida; ¡que no son pocas!”
“Pero…¿Qué pretendes o qué mensaje lleva implícito lo que has escrito?” Respondí yo.
“Pues mira, querida sobrina; si después de haberlo leído, aún me haces esa pregunta, es porque en realidad, no ha servido de mucho que lo escriba. Vuélvelo a leer, cariño, y conéctate con la Esencia del Eterno Femenino. Todas las mujeres la llevamos dentro. Es cuestión de conectarse con ese sentimiento y comprenderlo de una manera global; más bien, a nivel intuitivo”.
Me sentí un poco molesta por las palabras de mi tía. De alguna manera, me sentí aludida. Luego, volví a leerlo de nuevo: Esta vez, más con el corazón que con mi mente racional; permití al sentimiento apoderarse de mí y… lloré; lloré mucho…por mi inocencia perdida, por todas las mujeres que no saben lo que saben, por las que creen que tienen las claves de todo y están sumidas en la ignorancia, por las que prejuzgan, por las que se subestiman… y lloré por mí; lloré mucho por mí.
Miré a mi tía a los ojos. Ella me acarició dulcemente con la mirada…“Me tengo que marchar, tía”, le dije. “Nos vemos el mes que viene”.
Cuando salí del edificio, el aire era más puro; las mujeres que pasaban por mi lado eran diferentes. La luz del sol me dio en la cara…y esbocé una leve sonrisa. Súbitamente, sentí en el sol las cualidades y la fuerza de lo masculino. Le guiñé y pensé…Algún día, le diré a mi tía que escriba algo para ti.

Como todos los últimos jueves de cada mes, voy a visitar a mi tía Isabel.
Camino despacito por la calle, intentando evitar los pequeños charcos que aún
quedan en las aceras como consecuencia de las últimas lluvias.
Llego al edificio donde vive mi tía; concretamente en el piso tercero. Me da un poco de miedo coger el ascensor, pues dos o tres veces me he quedado encerrada en uno y desde entonces siento un poco de claustrofobia. Me lo pienso un par de veces y finalmente decido que subiré los tres pisos a pie.
Llego un poco cansada; más bien acelerada, y llamo a la puerta. Me abre una chica que viene a limpiar la casa todos los jueves. Nos saludamos, pregunto por mi tía y ella me indica que entre al salón. Allí está ella; con la mirada aparentemente ausente, mirando a través de la ventana. Cuando me oye llegar, se acerca a mí con los brazos extendidos. Nos abrazamos. Su abrazo es cálido y me hace sentir protegida y arropada. Me dejo envolver por el cálido aroma de su perfume y de su piel.
“¿ Cómo estás cariño?”, me pregunta. Yo le respondo que estoy bien. No soy dada a expresar en diez segundos mi estado real de ánimo, y como la mayor parte de la gente, doy una respuesta automática, sin pensar mucho en lo que digo.
Nos sentamos. Observo que hay unos folios escritos sobre la mesa camilla y pregunto: “ “Tía, ¿los has escrito tú?” Ella asiente con la cabeza y me mira inquisitiva, como esperando un interés por mi parte hacia sus escritos.
“Si, tía”, le digo: “Me encantaría leerlo. Sabes que me encanta todo lo que escribes. Pero…¿ De qué va?”. “Pues, es un poema dedicado a la mujer”. ¿”Y…?”, le respondo.
“Bueno; me ha llevado a escribirlo el deseo de rescatar el poder y la belleza de lo femenino”. “Suena bien, tía.”
Nos sentamos. Mi tía pone en orden los folios. Observo que hay varios tachones y algunas palabras o frases están subrayadas.
Mi tía inicia la lectura de su poema en voz alta: Su voz susurrante empieza a emitir matices muy sutiles de introspección; luego, conforme va avanzando en la lectura, se va metiendo más y más en la piel del sentimiento-a veces ilusionado, a veces desgarrado- que le inspira el deseo de llegar a lo más profundo del ser.
No me puedo resistir a la tentación de escribir íntegramente el contenido de su ( yo le llamaría) poesía en prosa
.

Comienza así:
¡Ay, mujer, mujer…! Que te pierdes en el mundo de lo concreto y de las formas porque tu mundo pertenece a las esferas de lo no visible, a los sueños de los que te nutres y sin los cuales, ni ese fruto, ni esa flor, ni ese hijo que puedes concebir en tus entrañas, serían suficientes para hacerte sentir que perteneces a la tierra.
¡Ay mujer…! Que esos hombres que pueblan tu existencia están a orillas de tu mar, hambrientos de lo que saben que posees pero que no puedes dar.
¡Ay mujer…! Que podrías ir rasgando velos hasta dejar al descubierto tu gran tesoro, si sólo presintieras que lo posees.
Y tú; la única que consiguió armonizar lo bello con lo eterno, lo inconcreto y lo intangible con lo físico -vehículo de estrellas-. ¿Dónde encontraste al amante perfecto? ¿Dónde te esperaba? ¿Cómo supo verte? ¿Quién le enseñó a ver y a oír, a esperar, para poder percibir el espacio; el único espacio donde es posible el encuentro? y desde el cual partisteis -siguiendo la línea de lo eterno- hacia lo sin límites; hacia lo que ambos presentís que no tiene fin.
¿Quién te dio la sabiduría para alcanzar a saber…?
¡Ay mujer…! Que siendo parte como eres de una estrella, podrías iluminar la tierra con sólo atreverte a ser tú, tal como eres: Un espejismo, viento y canción, luz en la noche, sombra en la tarde…Madre en lo humano.
“Pero tía… ¡Qué bello es! ¿Quién te ha inspirado ese poema?” “¿Quién va a ser, mujer?: Has sido tú, la señora que vende cigarrillos en el kiosco de la esquina, la que vive en el 2º, la monja Carmelita que me vendió los rosquitos el otro día…Todas las mujeres que me he ido encontrando por la vida; ¡que no son pocas!”
“Pero…¿Qué pretendes o qué mensaje lleva implícito lo que has escrito?” Respondí yo.
“Pues mira, querida sobrina; si después de haberlo leído, aún me haces esa pregunta, es porque en realidad, no ha servido de mucho que lo escriba. Vuélvelo a leer, cariño, y conéctate con la Esencia del Eterno Femenino. Todas las mujeres la llevamos dentro. Es cuestión de conectarse con ese sentimiento y comprenderlo de una manera global; más bien, a nivel intuitivo”.
Me sentí un poco molesta por las palabras de mi tía. De alguna manera, me sentí aludida. Luego, volví a leerlo de nuevo: Esta vez, más con el corazón que con mi mente racional; permití al sentimiento apoderarse de mí y… lloré; lloré mucho…por mi inocencia perdida, por todas las mujeres que no saben lo que saben, por las que creen que tienen las claves de todo y están sumidas en la ignorancia, por las que prejuzgan, por las que se subestiman… y lloré por mí; lloré mucho por mí.
Miré a mi tía a los ojos. Ella me acarició dulcemente con la mirada…“Me tengo que marchar, tía”, le dije. “Nos vemos el mes que viene”.
Cuando salí del edificio, el aire era más puro; las mujeres que pasaban por mi lado eran diferentes. La luz del sol me dio en la cara…y esbocé una leve sonrisa. Súbitamente, sentí en el sol las cualidades y la fuerza de lo masculino. Le guiñé y pensé…Algún día, le diré a mi tía que escriba algo para ti.

1 comentario:
Maravilloso, no es fácil explicar el alma de la mujer, quien puede hacerlo sin duda está consciente de sus raíces. Os felicito a las dos, transmisoras de intuición y la sabiduría femenina.
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