24 agosto 2008

POEMA DE MARCOS ANA







Los dientes de una ballesta


me tienen clavado el vuelo.


Tengo el alma desgarradade tirar, pero no puedo


arrancarme estos cerrojos


que me atraviesan el pecho.


Ocho mil doscientas veces


la luna cruzó mi cielo;


otras tantas, la dorada


libertad cruzó mi sueño.


El sol me hace crecer flores,


para qué,


si estéril veo


que entre los muros mi sangre


se me deshoja en silencio.


No sabéis lo que es un hombre


sangrando y roto en un cepo.


Si lo supieseis vendríais


en las olas y en el viento,


desde todos los confines,


con el corazón deshecho,


enarbolando los puños,


para salvar lo que es vuestro.


Si llegáis ya tarde un día


y encontráis frío mi cuerpo,


de nieve a mis camaradas


entre sus cadenas muertos…


recoged nuestras banderas,


nuestro dolor, nuestro sueño,


los nombres que en las paredes


con dulce amor grabaremos.


Y si nos cerráis los ojos,


dejadnos los muros dentro,


que se pudran con el polvo


de nuestra carne y no puedan


ser nuevas tumbas de presos.


No sabéis lo que es un hombre


sangrando y roto en un cepo.


Si lo supieseis vendríais


en las olas y en el viento,


desde todos los confines,


con el corazón deshecho,


enarbolando los puños


para salvar lo que es vuestro.


Si llegáis ya tarde un día


y encontráis frío mi cuerpo,


buscad en las soledades


del muro mi testamento:


al mundo le dejo todo


lo que tengo y lo que siento,


lo que he sido entre los míos,


lo que soy, lo que sostengo;


una bandera sin llanto,


un amor, algunos versos…


y en las piedras lacerantes


de este patio gris, desierto,


mi grito, como una estatua


terrible y roja en el centro.
Foto de Michael Zwicly

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