
Desde la ventana de nuestro blog, queremos compartir con todos nuestros amigos este tercer libro“ Abrazos de Náufrago “ de la colección “Poesía en la distancia “, así iremos abriendo, poco a poco, las páginas del mismo.
Dionisio López Fernández.
Este sol de la infancia
“Estos días azules y este sol de la infancia”
(Antonio Machado).
I
Era el tiempo de la luz inacabable, incansable.
Toda el alma era llena, era blanca flor; los cielos no tenían nubes.
Era el tiempo de los perros de espuma y de espuma la yerba, las camas, la madre, la tierra.
Era el tiempo de los rosados pómulos y los ojos brillantes, más brillantes, más que las estrellas.
II
A este jardín, donde crecía una palmera tras las nubes, vienen hoy unos ojos y unos pasos a buscarse.
Traen recuerdos que encontrar; recuerdos de un niño, o de unos niños, que ya no son él.
Ahora parece que nunca fueron él. El musgo de las paredes no es de nieve ni algodón.
Los ojos desesperadamente buscan donde asir el pasado; el pasado, quién sabe dónde, quien sabe por qué, se oculta. No responde.
Unos pasos manchados de barro se van, lentos, cansados, tristes, sucios. Sucios.
No debí venir.
No.
III
Vienen otros como tú, como yo. Otros, ya somos todos, a buscarse. A mirar espejos vacíos. Este mundo sin pasado.
Adentramos nuestras frías carnes, nuestros pasos temblorosos, por senderos de misterio. Senderos que van y vienen como la mar salada.
La noche ha oscurecido, con este manto de nubes, con estos ojos gastados. Ya no hay brillo en el paisaje. ¿Quién puede decir que hay paisaje? ¿Quién podrá decir jamás que hubo paisaje?
Mas la desesperanza hace que sigamos buscándonos; hace que tanteemos la niebla, que apartemos el agua que ya cubre nuestros tobillos. Queremos buscar aquel sol nuestro, aquel universo… aquello que se halla al otro lado de las espaldas del tiempo.
Tras un muro de mármol blanco.
(Cuento de Otoño, 2002)
“Estos días azules y este sol de la infancia”
(Antonio Machado).
I
Era el tiempo de la luz inacabable, incansable.
Toda el alma era llena, era blanca flor; los cielos no tenían nubes.
Era el tiempo de los perros de espuma y de espuma la yerba, las camas, la madre, la tierra.
Era el tiempo de los rosados pómulos y los ojos brillantes, más brillantes, más que las estrellas.
II
A este jardín, donde crecía una palmera tras las nubes, vienen hoy unos ojos y unos pasos a buscarse.

Traen recuerdos que encontrar; recuerdos de un niño, o de unos niños, que ya no son él.
Ahora parece que nunca fueron él. El musgo de las paredes no es de nieve ni algodón.
Los ojos desesperadamente buscan donde asir el pasado; el pasado, quién sabe dónde, quien sabe por qué, se oculta. No responde.
Unos pasos manchados de barro se van, lentos, cansados, tristes, sucios. Sucios.
No debí venir.
No.
III
Vienen otros como tú, como yo. Otros, ya somos todos, a buscarse. A mirar espejos vacíos. Este mundo sin pasado.
Adentramos nuestras frías carnes, nuestros pasos temblorosos, por senderos de misterio. Senderos que van y vienen como la mar salada.
La noche ha oscurecido, con este manto de nubes, con estos ojos gastados. Ya no hay brillo en el paisaje. ¿Quién puede decir que hay paisaje? ¿Quién podrá decir jamás que hubo paisaje?
Mas la desesperanza hace que sigamos buscándonos; hace que tanteemos la niebla, que apartemos el agua que ya cubre nuestros tobillos. Queremos buscar aquel sol nuestro, aquel universo… aquello que se halla al otro lado de las espaldas del tiempo.
Tras un muro de mármol blanco.
(Cuento de Otoño, 2002)
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