05 julio 2011

ANTONIA BOCERO



Desde la casa sin ventanas


¡Pájaros de la dicha inicial, que se abrían
estrenando sus alas,


sin perder la gota virginal del rocío!
VICENTE ALEIXANDRE


De pronto, hice una pausa y dije:
-Qué importa que los sueños sean pájaros sin alas
si destejen el vacío, si elevan a superficie
el barco ciego anclado en la niebla.


Pájaros sin alas por cubrir de plumas la rota pared,
golpeada una y otra vez
con el cuerpo desnudo de los sueños muertos.


Ellos caminan sin necesidad de materia;
son escudo protector en el bosque si te pierdes;
son cortinajes biombo, luz sensual rococó,
son caricia de lejanía próxima:
son Orfeo en busca de Eurídice.


Los pájaros sin alas, se te hacen crónicos y pueden morder.


Un día, desde el alféizar de la casa sin ventanas,
me dejaron ver a bellísimos actores de Hollywood;
allí mismo los consumí y fosilicé,
y el miedo púber se me hizo delirio amado.


Luego, a los sueños, les dio por buscar la risa,
la risa del niño que llevamos dentro,
el sol en el alféizar de la casa sin ventanas.
Pero un misterio no lírico apagó aquel resplandor.


Desde entonces al arco de unos ojos le crecieron crines
y se fueron a vivir, cual espías silenciosos,
al cubil de un termitero.


Más tarde se me adentraron en el Hades
y allí fueron buscadores y aventureros
y encontraron tesoros: los ojos tesoro del padre muerto;
encontraron la fascinación en quebrantar los valores código.


Después
me llevaron hasta las cataratas del Niágara,
donde pude, lo recuerdo muy bien,
gritar lo que habíamos descubierto:
el asombro de ver cómo la luna sonreía
al ser bañada por sangre de toro.


Y ya, en plena madurez,
se me fueron tan lejos, tan de la mano, que hoy,
aunque acaricio aquellos labios remotos
buscando las sílabas de un nombre al menos,
son regiones que ya no encuentro.


Los pájaros sin alas, descarnados en polvo,
en las madrugadas más frías, me llevan hasta un lago;
allí se detienen y me golpean al silencio,
más ningún latir oigo.
¡Sólo mis ojos, en celibato a lo orfebre,
aún pueden ver un bello y frío palacio
caminar hacia un templo de cristales rotos!


Hoy, las compasivas criaturas, fatigadas
y ya sin una sola pluma, aún me hacen compañía
y, desde el alféizar de la casa sin ventanas,
sonríen y les respondo lo mismo: un vuelo de engaños,
de engaños, sí,
porque sabemos que todo tiene un valor,
y un aleteo, sin una sola pluma, no es nada;
y no es nada porque ya no hay tiempo,
porque se fue la luz que nos proyectaba las imágenes,
porque la carne, la que podía absorber orquídeas lila,
se calcinó, pereció abrazada
al crepúsculo de los sueños muertos.



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