12 julio 2011

ERIKA MARTÍNEZ

LO SUBLIME


Observo con desconfianza la máquina de productos lácteos
enriquecidos con fibra. Me hipnotiza su armazón
inaccesible, sus entrañas de frío multicolor.
Nunca me ha hecho falta palparme los bolsillos para saber
que estaban vacíos. Me palpo los bolsillos.
Vigilo la máquina, su realidad totémica y expendedora, a la
espera de que suceda algo. Ni un solo parpadeo. Pero
mi sed.
Toco su cristal como se toca la ventanilla de un coche con el
motor encendido, a punto de marcharse con nuestras
huellas dactilares sobre el rostro del conductor.
No me bastaría con poseer una de sus dosis de belleza
esterilizada. Quisiera ser ella, forma reciclada,
materia inerte expendedora de materia.




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