02 julio 2011
Ignacio Chianale,
Tiempos de vida
El tiempo nos venía confundiendo
como un huracán de vectores,
multiplicando a los caminantes,
a los perseguidos por ladridos
desde la espina,
mirándose cómplices
con los bellacos mas temerosos
del negro.
Y eran cómplices mirándose
a los ojos desde los mundos
ajenos de un mismo péndulo,
desconociéndose y necesitándose.
Sentían todos el roce del movimiento…
la potencia chispeando
en la fricción...
Ajenos y sedientos de unión
los hombres de guerra la buscaban,
y formulaban anhelos del cristal roto
y de su arena por fin eterna,
ya no más goteando por las
fuerzas verdaderas de la gravedad.
La arena si corría como llevada
por el presente.
Eterna era desde los inicios,
y lo es,
ya sea dormida en el mar o
en el ojo del campesino.
Ya sea como vida que huye
de si misma o como
nueva vida desde un reloj que estalla,
quebrando el silencio en
el que duermen aquellos
que con mas muerte que vida
esperan su muerte.
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