20 febrero 2012

Luis Felipe Comendador,





Con la fe a cuestas



(Remake de Who is me)






Yo también soy uno


que nació en el 57


y parezco más joven


que algunos tipos de mi generación


que se dedicaron a la banca

o a la ingeniería técnica


(desgraciados con familia y buen sueldo).


No puedo contar huidas


ni diásporas


porque siempre me fue relativamente bien


y las guerras me quedaban tan lejos


que sólo me sirvieron para ir de pacifista moderado


y fumar en comuna marihuana o tabaco


antes de ir a cenar junto a mis padres.


La poesía llegó como las lluvias de abril


y me ha mojado tanto


que, aunque escampe, sigue lloviendo adentro.


En fin, dejemos las mariconadas


y vayamos a ese yo


que desea quitarse la máscara


porque está harto de sacar pecho


delante de la gente...


Bien pudiera haber escrito del verde monte


y de la nieve eterna, del río y su aventura


entre batanes, de la piedra y el castaño generoso.


Haber sido la flor natural de mi tierra,


el poeta amado que ensalza las colinas


y las torres... pero no,


escribí de la muerte, de la gente al desnudo,


del sentimiento trágico de esta vida cómoda


que no sabe colmar porque no puede.


Y aún me pregunto por qué escribo,


mientras mi mente vuela a aquellos días de brasero y natillas


con mi abuela endiablada por la música militar


de los asesinos en la radio,


los que mataron al abuelo Felipe a sangre y fuego


en el lugar de Los Santos.


La voz de mi abuela por las noches


era una saeta civil y profana


que se convertía en grito interior.


Todas las putas madres de los asesinos


y todos los asesinos, y mi abuela,


Antonia Corral Martín,


me obligaron a escribir, me obligan.


Y quiero que se entienda a la perfección lo que quiero decir


y por ello no lo digo poéticamente.


Sin aquella fe que tantos llevaron a cuestas


fui el tres,


lo imposible,


el desertor...


Fui el desastre de mi casa


porque defraudé a mis padres


aunque jamás lo hayan reconocido


en público ni en privado.


En fín, que desperdicié el tiempo


y eso no se perdona


o no se perdonaba hasta que decidí gritar


«¡Que os zurzan!».

¡Ja, ja, ja!


Torcer el gesto y mirar a los ojos de los otros con cierta superioridad


para que te ensalcen los cuatro imbéciles que te rodean.


Ser porque nadie sabe lo que escribes,


pero notar el respeto de su necedad.


¡Qué mundo!:


Obreros de derechas babeando ante sus jefes,


comunistas de misa y braguetazo,


ratas muertas de fe y de miedo porque se acaba el tiempo


y no quieren entender que todo es al final despojo y puerta.


¡Infelices!


En todo caso, la realidad, la dura realidad,


es que no llego a fin de mes jamás


y las deudas me comen pero no importa,


y este oficio tan mío de decir


el justo hueco que cada uno ocupa


no tiene un buen futuro en lo económico.


Contar cómo se prostituyen los políticos


y cómo engordan sus monederos


mientras se ponen dignos para hundirte.


¡Hijos de la gran puta!, ¡ladrones!


¡Fieras que destrozáis cada una de vuestras piezas


para no compartirlas!


¡Hienas!


Cómo me gustaría veros arder de vergüenza ante la gente.


Y el trágala de escritorzuelos haciendo un zoco


de la Literatura.


¡Advenedizos!, ¡roncos imitadores de otros escritores mediocres


que lamen cualquier culo por aparecer en letra impresa!


Cómo os gusta medrar presidiendo jurados


o pregonando fiestas; os infláis como putas


ante los que jamás leyeron ni leerán una palabra vuestra.


Escritores de mi generación. ¡Ja, ja, ja!


Rebeldes hacia afuera, vestidos de malditos,


intentado vender prisión, mono y miseria


no hacéis más que el ridículo,


pues ni el vómito anida en vuestros versos.


Soledad, y no conciencia,


mucha vergüenza y tiempo de silencio,


mucho tiempo de silencio,


todo el tiempo quizás.


Pero no, persistís, ¡po-e-tas-en-re-sis-ten-cia! (?).


También recuerdo ahora las tristezas


y el miedo que me hizo llorar a gritos


una tardenoche de elecciones municipales


en la que mi hijo miraba aterrado su dedito meñique colgando


por una de sus falanges


y querer que ese dolor fuera mío,


que esa sangre fuera mi sangre...


aunque mi miedo era más profundo


que el terror del niño;


tanto, que aún lo llevo a flor de piel, en los ojos, en la punta de la lengua.


¡Qué poco bagaje de dolor para un poeta!:


un hijo herido de levedad por una puerta.


No os equivoquéis,


que el dolor verdadero vive en la posibilidad


y el peor miedo también.






El monto cultural, los libros leídos,


el tiempo ganado al tedio


o perdido con decencia


ante la puesta en valor del jodido dinero


significándose en una tarde sin tabaco


por no tener dos miserables euros,


aunque sí una cama donde caerme muerto


de tristeza por la miseria,


atenuada por unos versos de Montale o de Brodsky,


por una carta de Abraham o una canción de Caetano.


El jodido dinero hiriendo, envenenando,


haciéndome sufrir o escribir de pura rabia.


¿Me queda la palabra?


¡Joder!


Me queda la palabra


para evocar el corral de mi niñez


con la parra dando su sombra de uvas


y la lujuria de una mujer peinándose en una ventana interior.


Era mi madre aquella mujer deliciosa


de tez de manzana y risas,


la misma que ahora se me aparece en el espejo


siendo mis canas y las bolsas de mis ojos,


siendo la mirada frutal que asalta la general tristeza de mis gestos.


Mi madre. Centro y nada a la vez.


Mi madre.


¿Y la libertad?,


si su ausencia siempre fue motor de creadores


y puso en mil cabezas el laurel de la gloria,


el heroísmo,


y hasta el martirio


que tanto viste en una vida


si se logra salir


o tanto adorna en una muerte.


¿Acaso no es su voz la que nos mueve?


Pero, ¿quién es libre?, ¿quién puede ser libre?


¡Qué suerte poder crear entre la represión


o en una guerra


o en un gueto


o en una cárcel!


¡Qué suerte la del oprimido que levanta la voz


ante una masa y la agita hasta explotar


o hasta la sangre propia!


Sólo se puede ser donde te niegan.


La toleracia y la paz alimentan mediocres


poetas tranquilos.


¡Qué suerte ser parte de un dolor colectivo


y sacar la cabeza, sin más,


para gritar un verso!






Llueve adentro y estoy cansado,


pero no de vivir,


que el suicida se pierde la posibilidad


y el gesto de dolor


que alumbra esa paz que es la calma,


porque somos colinas y valles,


simas y altas montañas


y la muerte no es descanso,


es sólo muerte.





No hay comentarios: