Anabel Torres nació en Bogotá
(Colombia) el 28 de diciembre de 1948. Vivió en Nueva York parte de su infancia
y adolescencia y desde entonces escribe en ambos idiomas. Terminó licenciatura
en lenguas modernas en la Universidad de Antioquia, en Medellín, y tiene un
master en género y desarrollo del Instituto de Estudios Sociales, en La Haya
(Holanda). Fue subdirectora de la Biblioteca Nacional de Colombia entre 1983 y
1987. Ha vivido de 1987 a 2002 en Holanda, y ahora reside en España. Se dedica a
la traducción e interpretación. Especializada en género, derechos humanos y
desarrollo.
CUANDO MI CUERPO Y MI CABEZA
Cuando mi
cuerpo y mi cabeza
empezaron a
arder y a hacer incendios,
mi madre,
como un bombero enloquecido
me
perseguía por toda la casa.
Apuntaba hacia mí, implacable,
el potente
chorro de su miedo
y trataba
de tumbarme.
Así
crecí.
Mi padre
fue distinto.
Defendió
ante mí, por igual, y con igual vehemencia y convicción
las
ventajas del hielo y el fuego.
Cuando mis
incendios llegaban
a su máximo
punto de fusión
se
apartaba, discreto.
Si
fracasaban,
me sugería
nuevos sitios.
Me daba
claves sobre algunos incendios que él había
hecho
propios.
Me hablaba
de las maravillas de la sombra
o me traía
fósforos.
Si estaba
lejos, mandaba largas cartas,
celebrando
la vida, la palabra,
nuestra
común piromanía.
Y siempre
agregaba esta postdata:
'Anabel, el
dólar es estrictamente para helados
o
fósforos'.
Cuando mi
padre temía por mi seguridad
- y debió
temer, pues conocía no sólo mi gusto por el fuego
sino mi
propensión a las quemaduras -
lo hacía
solo, en su casa.
Mi madre,
criada en San Benito, residente
del
purgatorio,
hermosa
como un
reguero de mandarinas
cuando no
estaba de turno,
con su risa
de cerezos y pájaro en sus días libres,
al morir me
amó por encima de todas las cosas:
No permitió
que yo heredara su manguera.
La devolvió
a su familia,
a la casa
de donde era intacta.
Mi padre,
al morir hace tres años, siguió muriendo.
Logró tan
difícilmente morir, que incluso
desde
entonces
ha salido
ileso de algunos atentados.
Amaba tanto
la vida. Era tan vigoroso
frente al
frío.
Era tan
rico en incendios.

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