ALBERTO BLANCO
El 18 de enero de 2007, Juan Martínez poeta,
artista, ser humano excepcional dejó de existir. O tal vez sería mejor decir
como creo que a él le habría gustado dejó de manifestarse en su forma humana
en este planeta. Autor de una obra única, Martínez deja tras de sí una obra
poética y gráfica de calidad extraordinaria, a la cual no se ha prestado la
atención debida.
Estoy convencido de que, con el tiempo, su Angel
de fuego por citar un ejemplo habrá de ser considerado una de las grandes
obras de la poesía mexicana del siglo XX.
Tuve la suerte de conocer a Juan Martines en las
calles de Tijuana, a mediados de los años 70. Su fama subterránea, su verdadera
leyenda contracultural ya habían generado en mí el deseo de encontrarme con él.
Puedo afirmar sin dudar un momento que el encuentro no sólo no se quedó a la
zaga de mis expectativas, sino que las superó con creces. La relación que
comenzó entonces me llevó a vivir una serie de experiencias punto menos que
increíbles a lo largo de las tres décadas que duró nuestra
amistad.
Cuando lo conocí, Juan llevaba años viviendo en las
calles de Tijuana. Se dice fácil. Para cualquiera que conozca Tijuana, esta sola
aseveración debe generar escalofríos. Vivir en las calles de Tijuana sin manejar
dinero, ¿cómo es posible? Juan se pasaba días recorriendo las calles, los
talleres, las playas le fascinaba nadar interminables horas en las heladas
aguas del Pacífico y las noches en los cafés que pespunteaban la avenida
Revolución.
En uno de esos cafés, una noche memorable, nos
dictó a un grupo de amigos su incomparable Ángel de fuego. No sé cuánto
tiempo lo había traído en su memoria, pero decidió esa noche compartirlo con
nosotros. Al poco tiempo, a raíz de la finalización del ciclo de la revista
El Zaguán, decidimos que publicaríamos Ángel de fuego con el
dinero que había quedado en caja y que no se utilizó para editar el número
ocho.
Recopilación de la obra
Así lo hicimos, en un tiraje muy limitado de 500
ejemplares. Cada uno llevaba en el frontispicio una pequeña reproducción de una
tabla pintada por Juan Martínez, que milagrosamente se había salvado de la
destrucción que con inexplicable saña persiguió su trabajo toda su vida.
Cuando no fue la incuria, el desconocimiento o el descuido de quienes le
conocían y rodeaban incluidos sus benefectores, fue él mismo quien
lamentablemente se encargó de destruir parte de su obra.
Recuerdo una serie maravillosa de dibujos
hechos en trozos de lija recogidos en los talleres mecánicos de Tijuana, donde
Juan había hecho brotar con su arte único unos paisajes maravillosos, frotando
la superficie de las lijas llenas de manchas sugerentes con guijarros recogidos
en la playa. Una serie de verdaderas mezzotintas silvestres. Por desgracia, esa
serie de lijas se perdió.
Lo mismo sucedió con una serie de "naves
espaciales" que Juan construyó con papel de aluminio, estaño, envolturas de
cigarros y chocolates que recogía de la calle, y que con gran fuerza consolidaba
con sus manos hasta darles la forma justa. Todas se perdieron. Asimismo, ignoro
qué es lo que habrá sido de aquella "rama dorada" que Juan construyó
pacientemente, forrando con papel dorado hoja por hoja una enorme rama desgajada
de un árbol cercano. Una obra digna de coronar cualquiera de las grandes
bienales. Por desgracia, muchas obras de Juan volvieron por decirlo así al
olvido del que fueron rescatadas. Y es que hay que subrayar que todo su trabajo
gráfico, pictórico y visual fue hecho con puro material de
desperdicio.
Mención aparte merecen sus extraordinarias
"galaxias": una serie de trabajos de tinta hecho en servilletas de papel, donde
logró conjurar, merced a interminables horas de trabajo en los cafés, verdaderas
visiones cosmológicas cifradas en un material tan perecedero. Por fortuna
logramos rescatar muchas de esas piezas. Unas cuantas pudieron ser valoradas por
los lectores de la revista Memoranda, que hace años editaba el poeta
Sergio Mondragón en el ISSSTE, en un número especial dedicado a Juan, en el que
colaboramos muchos amigos.
No era la primera vez que Mondragón dedicaba
espacio al trabajo de Juan Martínez. Ni era Sergio Mondragón el primero en darse
cuenta de la altura de ese trabajo. El primero en publicar un cuadernillo con
sus poemas fue, nada más ni nada menos, que Juan José Arreola, y probablemente
la primera artista de renombre en reconocer su trabajo visual fue Leonora
Carrington.
Indiferencia
criminal
En la década de los 70 las páginas de El Corno
Emplumado dieron cabida a los poemas de Juan que, tal y como sucedió
siempre, pasaron criminalmente inadvertidos. Lo mismo pasó con Angel de
fuego, y años más tarde con la reunión de toda su poesía al menos toda la
poesía conocida hasta entonces, que bajo el título de En el valle
sagrado publicó la UAM en los años 80.
El mismo grupo de amigos que incluía a Sergio
Mondragón, Luis Cortés Bargalló, Alfonso René Gutiérrez, Víctor Soto, Tomás
Calvillo, Eugenio Metaca y Javier Sicilia, entre otros nos dimos a la tarea de
rastrear los poemas publicados y escritos por Juan para verlos reunidos en un
solo volumen.
El
libro, excepcional en la calidad de sus visiones, pasó habrá que decirlo una
vez más rodeado del más absoluto silencio. Sin embargo, creo que el silencio que
rodeó a Juan Martínez y a su magnífica obra en toda su vida no lo acompañará
eternamente. Tarde o temprano nuevas y más sensibles generaciones se darán
cuenta de la magnitud de la obra de un artista total, que forjó al margen de la
vida pública y las instituciones culturales una leyenda singular en el
México contemporáneo. Larga vida al incomparable Angel
de fuego.
Prendas de la palabra inaudita
es solamente un viejo oficio
pero poseer pájaros medio muertos por la
lejanía
y hacerlos cantar en el cráneo,
esa es una labor que sólo se
encuentra
en las otras vertientes del
cielo
donde los arbollones de la noche dejan
escapar
todo el esplendoroso lujo de las estrellas
nuevas
y el arancel para viajar
por el recuerdo de un sabor a metal
acabado
es menos corrosivo, a pesar
de los crueles manómetros
que
miden el silencio de las palabras caídas
en el aljibe de los sueños;
allí, es necesario trepar de prisa las
escalas
aunque
nuestra conciencia suene a grillo fracturado
y los pasos retumben en el
corazón
como en deshabitadas calles;
porque llegando al último
escalón
con los
sistemas del olvido suspendidos en cada ojo,
¡qué
espectáculo hermoso!
una
doncella cruel se baña en las ondas del viento
pero
tan hermosa es
que los
peces de la luz le vulneran su crueldad
comiéndole el corazón.
La
doncella gime y canta soñando que está de fiesta
por la
ventana del pecho se oyen los ecos del viento:
tu
corazón está lejooos...
y lejos
de las venas se encontró el corazón
a
pequeños brincos cruzó las alamedas
de luz
de una luciérnaga
y con
guantes de niebla
se
sentó en las escalas de una música hermosa.
cri,
cro, cri, cro, cantaba la cigarra
apoyada
en sus pétreos derribos de luna.
No nos
ha de salvar el matemático equilibrista
pensaban sus antenas
ni el
herbolario tierno de pecho devorado
ni la
neumática mujer
recién
desembarcada de un cálido espacio de amor
por eso
preferimos la ululante ribera
con sus
bocas de oxígeno y la luna
a quien
imploramos clemencia
para
nuestra diezmada raza.
Pero ni
el agua ni el sol
ni la
luna ni el viento
escucharon el anhelo equilibrista del
insecto
y el
¡craj! inevitable
sollozó
en la navaja del último lamento.
Lleno
de dolor el valle
sufrió
los mecanismos de la escarcha
y el
pájaro viajero del paisaje
bebió
la fiebre casta del interior de una lechuga.
Estrujados los relámpagos
clamaron
llenando de rumor la hierba
y por
el ojo de un búho
vidriada por la soledad
nació
la noche con sus milenarios documentos
de
parlantes orugas
y
subsuelos de intuiciones fantásticas.
El
viento seguía arrancando mil murmullos
a la
palabra nunca pronunciada
que
colgada de un tejo
era
olfateada por una incipiente codorniz
pero
oscilante entre el olvido y el recuerdo
gritaba
formas huecas
a la
mentida bendición del tranquilo silencio
que en
la mitad de una roca construía una plegaria:
`bendita madre muerte´
tú que
entre los espacios sin voluntad
del
hombre esperas
¡Ten Piedad de su Búsqueda!
no
permitas que su sacudido corazón
torne a
su esencia de gaviota sin rumbo
sin
haber escuchado los salmos que esperan
por su
llanto y su cadena de suspiros
dentro
de la brillante catedral del viento
¡TEN
PIEDAD DE SU BÚSQUEDA!
porque
aun desde estas rocas
carentes de atavíos absolutos
eres
nuestra madre y maestra
¡TEN
PIEDAD DE SU BÚSQUEDA!
no
permitas que el aullido del mar
despostille el aliento de los patios de
abril
ni
degüelle el perfume de las uvas de otoño
¡TEN
PIEDAD DE SU BÚSQUEDA!
tú, que
desde el ojo desolado del tiempo
hiciste
brotar la soledad
propiciando el lenguaje de la
filosofía
¡TEN
PIEDAD DE SU BÚSQUEDA!
y que
el hermoso elíxir con que ungieron la ojiva
de tu
blanca mirada
aleje
la opresión de la silente niebla
y nos
deje tocar
la
prenda más hermosa
de la
palabra inaudita
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