NATALIA CARBAJOSA
Natalia Carbajosa (El Puerto de Santa María, 1971). Estudió
Filología Inglesa en Salamanca, donde se doctora con una tesis sobre la comedia
de Shakespeare en 1999. Es premio extraordinaria de doctorado. En aquellos años
de estudiante cofunda, junto con otros compañeros, la revista literaria Parásito. En la actualidad trabajo como
profesora de inglés en la Universidad Politécnica
de Cartagena y lleva a cabo una investigación sobre poesía anglo-norteamericana.
Es autora, entre otros, de los libros de poemas Pronóstico (2005), Los reinos y las horas (2006), Desde una estrella enana/Biografía
elemental (2009) y Tu suerte está en
Ispahán (2012), así como el libro de relatos Patologías (2006) y el ensayo Shakespeare y el lenguaje de la comedia
(2009). Como traductora de poetas, ha publicado Trilogía, de Hilda Doolittle (2008), y
tiene en proceso de publicación una antología del poeta norteamericano Scott
Hightower y las memorias de la escritora inglesa Kathleen Raine (en colaboración
con Adolfo Gómez Tomé). Colabora habitualmente en revistas como El coloquio de los perros, Nube habitada
o Los cuadernos del matemático, y ha
participado en festivales de poesía como Ardentísima (Murcia), PAN (Morille,
Salamanca), Mucho Más Mayo (Cartagena) y el London Poetry Festival. Prepara,
además, colaboraciones literarias para la revista digital Jotdown. Desde tiempos recientes,
también actúa como cuentacuentos en inglés y español en colegios y librerías
dentro del colectivo Dreams &
Tales, realiza recitales sobre poesía y astronomía en colaboración con el
astrónomo Juan Ortega, y prepara un recital-concierto con el músico Antonio
Arias (Lagartija Nick).
Poética
Mi
poesía se caracteriza –como la de casi todos los poetas, por otra parte– por un
afán de conocimiento, de penetrar en el misterio de la vida, perseguido desde
múltiples circunstancias: la realidad cotidiana, la vida en pareja, la
maternidad, la ciencia, la música, los viajes, el dolor y la felicidad, la
infancia, la memoria, el desacomodo ante el mundo, las relaciones familiares o,
en mi poemario más reciente, el universo de los cuentos. Desde estos escenarios,
y utilizando la ironía para no caer en una innecesaria solemnidad, intento
acceder a esos estadios de la revelación humana que sólo la palabra poética
puede atisbar. Me asomo a ellos de un modo parecido a como los describe la poeta
portuguesa Sophia de Mello con su expresión “entrar en un estado de escritura”:
durante un tiempo percibo eso que no se puede describir, que nos conecta a un
tiempo con las cosas de aquí y las que no están a nuestro alcance, e intento
darle forma. Cuando traduzco poesía también me siento así, del lado más
ininteligible de las palabras, a las que accedo por boca de otros. Además, la
traducción es un ejercicio espléndido de disciplina lingüística para un poeta.
Desde
niña me sentí atraída por la poesía y, aunque entonces no supiera formularlo
así, entendí muy pronto su naturaleza de conjuro o encantamiento, su capacidad
para darle la vuelta al mundo real o para crear otro más rico, capaz de
transportar a cualquiera a lugares soñados. Todavía algún resorte olvidado se
activa dentro de mí cuando recuerdo que alguien cercano me recitaba, en mi
infancia, el antiguo “Romance de la condesita”: “Grandes guerras se publican /
por la tierra y por el mar…” Por eso, hasta hoy, siempre hago mucho hincapié en
la oralidad de la poesía y participo en recitales individuales o colectivos, con
música y dramatización, así como en actividades para niños, cada vez que se
presenta la ocasión. Creo que el ritmo es la espina dorsal de la poesía y que
éste nos remite no sólo a la literatura, sino también a la música, al teatro y a
la experiencia oral, popular y comunal que el género conlleva, y cuya naturaleza
se reinventa continuamente –por ejemplo en derivaciones como el arte del trovo,
el Spoken Word, la “perfopoesía” o la canción de autor, que no es sino una
versión contemporánea del mester de juglaría–.
También mi interés por los
idiomas –aparte del inglés, estudié latín y griego, francés, alemán y un poco de
ruso–, tiene que ver con la pasión por la palabra y su peculiar fraseo dentro de
la poesía. Me gusta leer poesía en otros idiomas –sobre todo en inglés:
Shakespeare, los románticos y los modernistas son mis principales maestros– o, cuando menos, en ediciones bilingües,
porque la extrañeza que de por sí ofrece la palabra poética aumenta su
resonancia en la lengua de otros. Es como leer las palabras vueltas del revés en
un espejo: un ejercicio que nos dice cosas de nosotros que no podríamos entender
de otra manera, y que acaso nunca lleguemos a entender del todo. A veces esto me
sucede no sólo con poetas que escriben en otras lenguas, sino con poetas
españoles o sudamericanos que manejan el lenguaje como si acabara de inventarse,
como pueda ser el caso extremo de César Vallejo, pero también el de otros muchos
–Rubén Darío, Ernesto Cardenal, Juan Gelman, Gioconda Belli…–
TENGO
Tengo dos ojos
tengo dos manos
tengo dos piernas
tengo un sexo
nocturno y de alborada
un techo bajo el frío
un jardín sobre el calor
tengo la luz del invierno del sur
la promesa brumosa del dócil verano
tengo un puerto de mar y he tenido
un pinar un río
una muralla
tengo
una herida intacta
que lamo sin sutura
para que no se pudra ahí debajo
tengo un amor como los de antes
de la guerra o el olvido
tengo sueños que no he vivido
sueños que no viviré
-también yo soy de su misma materia-
y puñados de horas muertas sin preguntas
y de horas multiplicadas
voraces horas-páginas
y páginas de tiempo sin dueño
sin espacio
que hablan la lengua extraña del origen
tengo la infancia otra vez
su pájaro azul revoloteando
en el cuarto de al lado
tengo una ira mansa
una serenidad siempre al acecho
una esperanza por lo que habrá de ser
y los que habrán de ser
aunque aún no exista y no lo sepan
tengo
la acedía de la soledad
y el sabor agridulce de tantos encuentros
cuyo último trago a veces yo misma
arrojé al foso de la ingratitud
tengo siempre que termino la certeza
de encontrarme otra vez en el principio
sólo de ella –la certeza- tengo miedo
no de mi oscura propensión
a escarbar en lo que borbotea
bajo el limo
tengo en mí más amiga que enemiga
desde que arrojé por la ventana
las muletas para almas ortopédicas
-lejana herencia sin fruto- tengo de cuándo en cuándo
el motín de mis obsesiones
las abejas pasajeras
la retina insobornable
de perro abandonado al borde de una calle
la adicción de los confines.
Tengo tanto y no pedí
tanto y no he merecido
que sólo este gozo he de apurar
-este dolorido gozo-
sabiéndome simple inquilina fugaz,
jamás y nunca propietaria de mi vida.
tengo dos manos
tengo dos piernas
tengo un sexo
nocturno y de alborada
un techo bajo el frío
un jardín sobre el calor
tengo la luz del invierno del sur
la promesa brumosa del dócil verano
tengo un puerto de mar y he tenido
un pinar un río
una muralla
tengo
una herida intacta
que lamo sin sutura
para que no se pudra ahí debajo
tengo un amor como los de antes
de la guerra o el olvido
tengo sueños que no he vivido
sueños que no viviré
-también yo soy de su misma materia-
y puñados de horas muertas sin preguntas
y de horas multiplicadas
voraces horas-páginas
y páginas de tiempo sin dueño
sin espacio
que hablan la lengua extraña del origen
tengo la infancia otra vez
su pájaro azul revoloteando
en el cuarto de al lado
tengo una ira mansa
una serenidad siempre al acecho
una esperanza por lo que habrá de ser
y los que habrán de ser
aunque aún no exista y no lo sepan
tengo
la acedía de la soledad
y el sabor agridulce de tantos encuentros
cuyo último trago a veces yo misma
arrojé al foso de la ingratitud
tengo siempre que termino la certeza
de encontrarme otra vez en el principio
sólo de ella –la certeza- tengo miedo
no de mi oscura propensión
a escarbar en lo que borbotea
bajo el limo
tengo en mí más amiga que enemiga
desde que arrojé por la ventana
las muletas para almas ortopédicas
-lejana herencia sin fruto- tengo de cuándo en cuándo
el motín de mis obsesiones
las abejas pasajeras
la retina insobornable
de perro abandonado al borde de una calle
la adicción de los confines.
Tengo tanto y no pedí
tanto y no he merecido
que sólo este gozo he de apurar
-este dolorido gozo-
sabiéndome simple inquilina fugaz,
jamás y nunca propietaria de mi vida.


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