Ana Isabel Conejo. Nació en Tarrasa, en 1970, aunque su
familia se trasladó pronto a León y allí pasó su infancia y juventud. Se
licenció en Ciencias Biológicas en la Universidad de esta ciudad, y
posteriormente residió en Escocia y Francia con el fin de ampliar su formación
intelectual. Es profesora de educación secundaria, ha impartido clases en un
instituto toledano y actualmente lo hace en el I.E.S. Juan Bosco, de Alcázar de
San Juan (Ciudad Real). En el ámbito de la literatura, ha vertido al español
cuentos tradicionales y novelas de escritores como Stevenson, Henry James,
Hawthorne, etc.. Ha cultivado la novela, y, especialmente, la poesía, género
este último en el que, pese a su juventud, ha merecido la obtención de numerosos
premios.
NARRATIVA
Los cabellos de Santa Cristina (2003).
Novela.
La torre y la isla (en
colaboración con Javier Pelegrín) (2006). Novela infantil.
La esfera de Medusa (en colaboración con
Javier Pelegrín) (2007). Novela infantil.
La ciudad infinita (en colaboración con
Javier Pelegrín) (2007). Novela infantil.
El secreto de If (en colaboración con
Javier Pelegrín) (2008). Novela infantil.
POESÍA
Umbral (1990)
Prisión o llama (1993)
Ciclos (2002).
Vidrios, vasos, luz, tardes (2004).
Grises (2003).
Atlas (2005). Prosa poética.
Colores (2007).
Rostros (bajo el pseudónimo de Rapunzel)
(2007).
PREMIOS
1990: Premio de poesía "Universidad de León"
con Umbral.
2002: Premio "Pastora Marcela" con Ciclos.
2002: Premio "Ana
de Valle" con Grises.
2003: Accésit del Premio Adonais con Vidrios, vasos,
luz, tardes.
2005: XX Premio Hiperión de poesía con Atlas.
2006: Premio
"Ojo Crítico-Segundo Milenio" de poesía con Atlas.
2006: II Premio
Internacional de Poesía "Màrius Sampere" con Colores.
2007: XI Premio
Internacional de Poesía "Antonio Machado en Baeza" con Rostros.
2008: XXX
Premio de Literatura Infantil "Barco de Vapor" con El secreto de
If.
Su poética es un homenaje a lo frágil, a lo
precario, a lo fugitivo: una manifestación del fluir de la conciencia. La autora
revela que muchos aspectos de la realidad solo pueden pensarse a través de un
lenguaje lírico. Por lo tanto, con la poesía intenta arrancar certezas a lo
aparentemente obvio: la realidad, concebida tan llena de misterio que se vuelve
para ella causa continua de desazón. Con una manera de entender la existencia
basada en la visión del mundo de Schopenhauer, Ana Isabel Conejo tiene el don de
huir intencionalmente de la tentación del adorno: la palabra poética está creada
así desde la desnudez de artificios, elaborada sin aparentes pretensiones de
ningún tipo. Y esto, teniendo en cuenta que muchos confunden poesía y
barroquismo mudo, es motivo de celebración.
[Atlas] Es un libro más ambicioso que otros
que he escrito en cuanto a la amplitud y trascendencia de los temas abordados.
Con él se produjo un punto de inflexión en mi trayectoria poética, un cambio
irreversible en mi escritura. Creo que podría afirmarse que, en mi obra, hay un
antes y un después de Atlas.
[...]
La prosa poética y el versículo
permiten imprimir un ritmo rápido al texto, decir muchas cosas en poco espacio,
y desarrollar ideas poéticas más complejas de lo habitual. Por eso son recursos
formales que empleo a menudo, aunque también me gusta experimentar con otros
formatos.
[...]
Lo importante es tener algo que decir, y para eso hace
falta mucha sinceridad con uno mismo y mucho valor. Sin valor no se puede
escribir buena poesía.
[...]
Entre los poetas actuales, admiro a
muchos, desde Antonio Gamoneda, Juan Carlos Mestre a Alexandra Domínguez o
Blanca Andreu... En su momento, me influyeron mucho los simbolistas y otros
autores franceses como Char o Saint John Perse, Montale, Holderlin, Keats,
Celan... Pero el que más me ha marcado sin duda es Rilke.
[...]
Creo que la poesía es un camino
impredecible, una búsqueda espiritual e intelectual que nunca se termina. En ese
camino, he procurado que mis aliados sean siempre el valor y la imaginación.
Todo ser humano tiene el derecho y la facultad de crear mundos. Es la única
forma de llegar a ser verdaderamente libres, y mi máxima aspiración ha sido
siempre la libertad.
[...]
Creo que la evolución de mi poesía refleja
la propia lógica de la escritura, que es incompatible con el estancamiento. Para
mí, cada libro es una aventura espiritual y estética que puede terminar bien o
mal, pero de la que, inevitablemente, uno sale transformado como persona. Este
viaje interior a través del territorio de lo poético me ha llevado, en los
últimos tiempos, a escribir sucesivamente varios libros con un eje conductor muy
claro, pero no puedo afirmar que, a partir de ahora, siempre vaya a ser así
[...]. [M]is incursiones en la narrativa me han enseñado a plantearme, también
en poesía, aventuras cada vez más arriesgadas y complejas.
[...]
Yo me planteo el quehacer poético
como una aventura del pensamiento y de la imaginación, como un viaje de
conocimiento sin retorno posible, y también como una experiencia de lenguaje
capaz de transformarme y de transformar mi percepción del mundo, y quizá la de
otros.
Los cabellos de Santa Cristina (2003). Novela.
La torre y la isla (en colaboración con Javier Pelegrín) (2006). Novela infantil.
La esfera de Medusa (en colaboración con Javier Pelegrín) (2007). Novela infantil.
La ciudad infinita (en colaboración con Javier Pelegrín) (2007). Novela infantil.
El secreto de If (en colaboración con Javier Pelegrín) (2008). Novela infantil.
Umbral (1990)
Prisión o llama (1993)
Ciclos (2002).
Vidrios, vasos, luz, tardes (2004).
Grises (2003).
Atlas (2005). Prosa poética.
Colores (2007).
Rostros (bajo el pseudónimo de Rapunzel) (2007).
2002: Premio "Pastora Marcela" con Ciclos.
2002: Premio "Ana de Valle" con Grises.
2003: Accésit del Premio Adonais con Vidrios, vasos, luz, tardes.
2005: XX Premio Hiperión de poesía con Atlas.
2006: Premio "Ojo Crítico-Segundo Milenio" de poesía con Atlas.
2006: II Premio Internacional de Poesía "Màrius Sampere" con Colores.
2007: XI Premio Internacional de Poesía "Antonio Machado en Baeza" con Rostros.
2008: XXX Premio de Literatura Infantil "Barco de Vapor" con El secreto de If.
La prosa poética y el versículo permiten imprimir un ritmo rápido al texto, decir muchas cosas en poco espacio, y desarrollar ideas poéticas más complejas de lo habitual. Por eso son recursos formales que empleo a menudo, aunque también me gusta experimentar con otros formatos.
[...]
Lo importante es tener algo que decir, y para eso hace falta mucha sinceridad con uno mismo y mucho valor. Sin valor no se puede escribir buena poesía.
Entre los poetas actuales, admiro a muchos, desde Antonio Gamoneda, Juan Carlos Mestre a Alexandra Domínguez o Blanca Andreu... En su momento, me influyeron mucho los simbolistas y otros autores franceses como Char o Saint John Perse, Montale, Holderlin, Keats, Celan... Pero el que más me ha marcado sin duda es Rilke.
Creo que la poesía es un camino impredecible, una búsqueda espiritual e intelectual que nunca se termina. En ese camino, he procurado que mis aliados sean siempre el valor y la imaginación. Todo ser humano tiene el derecho y la facultad de crear mundos. Es la única forma de llegar a ser verdaderamente libres, y mi máxima aspiración ha sido siempre la libertad.
Yo me planteo el quehacer poético como una aventura del pensamiento y de la imaginación, como un viaje de conocimiento sin retorno posible, y también como una experiencia de lenguaje capaz de transformarme y de transformar mi percepción del mundo, y quizá la de otros.
ROJO
Las noches eran amapolas en el reverso de la
luz, amapolas sombrías.
Yo llevaba un perfume de oscuridad y carmín de tristeza en los labios,
y hombres sin sombra vertían en sus copas una bebida amarga y ambarina
que ellos llamaban oportunidad y yo llamaba desaliento.
Yo llevaba un perfume de oscuridad y carmín de tristeza en los labios,
y hombres sin sombra vertían en sus copas una bebida amarga y ambarina
que ellos llamaban oportunidad y yo llamaba desaliento.
Yo viví en otro tiempo bajo un toldo pintado
de sangre.
Mi desesperación resonaba en el aire con el sonido agudo de una trompeta plateada
y los gallos cantaban al amanecer como heraldos
de la miseria. Entonces yo llevaba
el corazón colgado de una fina cadena,
en mi cuello nevado
parecía un rubí.
Mi desesperación resonaba en el aire con el sonido agudo de una trompeta plateada
y los gallos cantaban al amanecer como heraldos
de la miseria. Entonces yo llevaba
el corazón colgado de una fina cadena,
en mi cuello nevado
parecía un rubí.
En aquel tiempo, yo tenía
la edad incalculable de mi miedo…
la edad incalculable de mi miedo…


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