Andrea Cote nació en
Barrancabermeja, Santander, el 27 de julio de 1981. Es poeta y profesora
universitaria y ha sido colaboradora del Festival Internacional de Poesía de
Medellín. Estudió Literatura en la Universidad de los Andes, de Bogotá.
Actualmente realiza estudios de Doctorado en literatura latinoamericana en la
Universidad de Pennsylvania. Ha publicado los libros Puerto Calcinado
(Poemas, 2003); Blanca Varela y la escritura de la soledad
(Ensayo, 2004); Una fotógrafa al desnudo (Biografía de Tina Modotti,
2005); A las cosas que odié (2008), incluido en la antología de la nueva
literatura colombiana Transmutaciones (España 2010). En el año 2002
recibió el premio nacional de poesía joven de la Universidad Externado de
Colombia y en el año 2005 recibió el Premio Mundial de poesía joven «Puentes de
Struga», otorgado por la Unesco y el Festival de Poesía de Macedonia. Su libro
Puerto Calcinado ha sido parcialmente traducido al Inglés, Francés,
Italiano, Macedonio, Árabe y Catalán. La versión en Italiano de este libro
recibió en Italia el Premio al mejor libro de poesía editado “Citta di
Castrovillare. 2010”. Desde 1999 forma parte del comité editorial de la
revista de poesía latinoamericana Prometeo y del equipo organizador
del Festival Internacional de Poesía de Medellín. Reseñas
literarias, crónicas y artículos suyos han sido publicados en diversos
medios de comunicación en Colombia, México y Estados Unidos. Su poesía
evoca de manera penetrante y con un lenguaje intenso y hondo, la memoria de su
tierra natal y temas como el amor, el erotismo, el lenguaje, la muerte, la
extrañeza del vivir. Según lo señala la poeta colombiana Piedad Bonnett «Andrea
Cote es hoy por hoy una de las voces jóvenes más interesantes de nuestra poesía.
La suya recrea, en un lenguaje ambiguo, pleno de significados, un mundo muy
propio, de tendencia intimista, poblado de elementos recurrentes que señalan la
urgencia de sus fantasmas, la necesidad de transformar la experiencia en
palabra». Y al decir de Juan Manuel Roca, «Sus poemas, atentos al transcurrir de
un tiempo agreste, revelan un impulso por no escamotear ni la tragedia, ni el
olvido, en los que se envuelve nuestro drama individual y colectivo. Es la suya
una poesía reflexiva que busca la expresión de un paisaje calcinado en imágenes
justas, en ritmos diversos».
Sé que la lluvia también es un dios,
atroz como el otro, calmo como el otro. Lo
sé porque veo a los hombres pronunciar
alelados los dos nombres posibles de la
lluvia en sus tardes más grises,
diciendo:
ven y bórralo todo,
ven y llénalo todo.
Y siento la fe del hombre que trabaja
por el premio de la lluvia, que es el agua
misma que la tocó a ella, que la bañó a
ella, en la que ella ya durmió. Y sé que a
todos les espanta ese rumor a
cuentagotas que viene con su misma cantata sin
desuso y obliga a correr apresurados y
cerrar las puertas de las casas que
de no ser así se llenarán de
lluvia
y serán de la lluvia hasta
caer.
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