LA FÁBRICA DE LUZ Y MOLINO DE VILLACELAMA.
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La Fábrica de Luz y Molino de
Villacelama.
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En este sur
de León tan olvidado por casi todo el mundo, hubo grandes hombres y mujeres que
trabajaron mucho y duro. Gentes que
tenían que sobrevivir a fuerza de trabajo y de explotar racionalmente la
naturaleza viva. El agua y su fuerza, así como la imaginación, hicieron que
empresas familiares se asentaran a las
orillas de los ríos y construyeran molinos de agua, aserraderos
hidráulicos y fábricas de luz allá por principios del siglo pasado. Hoy nos ha
llamado la atención la fábrica de luz y molino de Villacelama; una obra
hidráulica que contaba con cinco rodeznos, varios para moler grano y otros
combinados para mover el generador de corriente que llegó a dar suministro
eléctrico a trece pueblos. Por la margen derecha del río Esla abastecía a
Villaverde de Sandoval, Nogales y Mansilla Mayor, por la otra margen a
Villacelama, Corbillos, Rebollar, Nava, Riego del Monte, Luengos, Gusendos, San
Román, y hasta Grajalejo de las Matas. Líneas que había que separarlas en
origen, que había que mantenerlas todos los días del año a pesar de los duros y
fríos inviernos.
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Seccionadores para dar corriente a las
líneas.
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Allá por finales del 1896, Catalina Cañón y Nemesio
Llorente de Villamoros de Mansilla compraron el molino de Villacelama a sus
antiguos dueños que heredaron de unos vasallos a los que había cedido el
Almirante de Castilla todas las instalaciones; teniendo que arreglar varias
infraestructuras y trabajando de lo lindo para sacar adelante la empresa
agro-industrial. Ya en 1926 hay referencias de los boletines para cruzar ríos y
carreteras que la fábrica de Villacelama pedía para instalar líneas de corriente
eléctrica para los pueblos. Al principio
la luz era a 125 voltios y las buenas gentes tenían una bombilla de unas 15
bujías para toda la casa. No hace falta
imaginarse el duro trabajo de crear las líneas con postes cada cuarenta o
cincuenta metros, hacer hoyos a barra y cazo de hasta metro y medio de profundidad; no hace falta imaginarse con las
duras heladas, romper la primera capa de
tierra. Después de colocados los postes, había que poner las líneas con cable de
unos tres o cuatro milímetros de cobre; subir a los postes de hasta nueve metros
de altura con los trepadores, un útil que ponía en los pies el electricista… y para arriba; poner los
aisladores de loza o cristal; atar bien atados los cables, tensarlos y tener la
pericia de si era una zona de mucho viento, no tensarlos demasiado; y poner
tirantes a los postes. Todo este trabajo en principio se hacía con carro y
caballos, más tarde con furgonetas. Luego cada pueblo tenía su transformador y
de ahí a las casas, iglesias, colegios… poner contadores, aquellos plomos para
seguridad. Aquí juega un papel muy importante Joaquín García Lozano, el
electricista de la fábrica de Luz de Villacelama, que aún vive y tiene más de
noventa años. Siempre ha trabajado en esta empresa familiar desde aprendiz hasta
que se jubiló; nadie mejor que Joaquín conocía las líneas y las trampillas
técnicas para que no faltara luz a ningún pueblo en aquellos años.
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El generador de corriente Alemán para fabricar luz.
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Cuenta que en una ocasión estaba arreglando un
tendido eléctrico en un transformador, levantó las cuchillas, vino un gran rayo,
se puenteo y la descarga fue tan terrible que le sacó de la caseta y le quemó
parte del cuerpo. En otra ocasión, estaba en la escalera al final de un poste, y
al bajar, se rompió un peldaño y cayó desde más de siete metros; unas costillas
rotas y magulladuras…en otra ocasión, cuando estaba el poste casi derecho entre
trócolas y roldanas para plomarlo, se le vino abajo y le cayó encima, una vida
llena de sustos, pero ahí está.
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Tolvas y elevador de harinas
panificables.
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También importante fue la molturación de piensos y
harinas panificables. Trabajaban dos molineros y peones para descargar el grano
y realizar las labores de manteniento y otros trabajos; uno de los últimos
molineros fue Geminiano de Valduvieco y vecino de Mansilla de las Mulas, que
además era un gran experto en picar la piedra. Ahora Doña Amelia González
Llorente y su querida familia, nieta y herederos de Catalina y Nemesio, guardan
con gran cariño y gran esfuerzo multitud de aperos de todo tipo, arreglan las
instalaciones para que no se dañen, y además donan algunas piezas a museos de la
provincia de León. Buenas gentes que se preocupan del patrimonio cultural y a
los que hay que dar las gracias por ello.

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