Recomposición del campo poético argentino y poesía actual
Romina E.
Freschi

La idea de reparación,
por supuesto, se relaciona con la enorme depresión social de la dictadura que
censuró no sólo el arte sino la vida, y posteriormente, ya en la democracia, las
continuas recaídas en crisis económicas que afectaron a todos los órdenes y
sobre todo a la constitución legítima de instituciones y mercados. La industria
editorial en la
Argentina , como casi toda industria, desapareció casi completamente
hacia los años noventa, y las instituciones educativas fueron severamente
atacadas y adelgazadas. Hubo que empezar de nuevo.
La recomposición de la
poesía implica un proceso en el que el poeta pueda, en primer lugar,
experimentar y utilizar plenamente materiales y procedimientos para la
composición y desarrollo de una obra literaria, recomponer además los elementos
del campo intelectual y profesional para la literatura (que haya editores, que
haya impresores, que haya críticos, que haya libreros, que haya público) y
aprender a sostener esa obra y ese campo desde la pluralidad y la diferencia.
El tiempo cronológico
y la duración no son lo mismo. La poesía es, como todas las artes, una de las
encargadas de demostrar esa diferencia, susceptible además de ser aplicada no
sólo a nivel subjetivo, sino también para un pueblo y sus conflictos. Para
estudiar la poesía se la divide en lustros, décadas, movimientos, necesariamente
esquemáticos. También escuelas formales, características materiales, polos
aplicables en algunos casos paradigmáticos pero sólo accesorios para las
escrituras concretas.
Pasando revista
rápidamente, en los años ochenta en la Argentina , la poesía vivió la explosión
de discursos y procedimientos silenciados por la dictadura. Así se organizó una
escritura "neobarrosa" enlistada en las filas del "neobarroco" latinoamericano y
sostenido sobre todo por escritores que vivían fuera del país y habían mantenido
vivo el pensamiento literario a pesar de la persecución sufrida por los poetas
localmente.
Los textos del
"neobarroso" avasallan aún hoy con una gran riqueza formal y una sintaxis
compleja que apuntaba, por un lado, a desenmascarar estéticamente los complejos
mecanismos de silenciamiento del poder, y por el otro, desatar la fuerza
estética, intelectual y pasional de la poesía. Uno de los principales ideólogos
del neobarroso, escritor, periodista y militante gay, fue Néstor Perlongher,
quien compone además de una obra poética solidísima, una base ideológica para la
poesía, ubicándola en el lugar de la resistencia y "apuntando al nódulo del
sentido oficial de las cosas".
Por erosión de la
función comunicativa del lenguaje a través del mal uso político, y por una
elección de carácter estético a la hora de enunciar, el neobarroso apoya la
pluralidad de procedimientos en busca no de un único sentido, sino de una fuerza
del sentido, la poesía como un medio de conocimiento real frente a las
estructuras dadas del lenguaje.
Y en su inflexión
local, rioplatense, el neobarroso adquiere su nombre en función de tener que
enfrentar a "una tradición literaria hostil, anclada en la pretensión de un
realismo de profundidad que suele acabar chapoteando en las aguas lodosas del
río".
El realismo es una
construcción literaria. La escritura se naturaliza y parece real, da un efecto
de realidad. Si para el neobarroso el realismo huele a cárcel ideológica y es
necesaria la hipercodificación para señalar la potencia de los efectos, lo
cierto es que la profusión del neobarroso y su exceso de procedimientos también
fue susceptible de volverse transparente en algunos casos, demasiado oído,
demasiado gastado. En los años noventa surge una nueva generación de poetas en
Buenos Aires, y aquí empezamos a hablar de Buenos Aires específicamente (el
neobarroco y neobarroso se proponían como internacionales)1, que cuestiona los modos ampulosos y
complejos de la sintaxis neobarrosa y comienza a revisar procedimientos más
escuetos.
A principios de los
noventa surge, en forma desordenada, la producción de algunos poetas de todo el
país pero residentes sobre todo en Buenos Aires 2, que plantea una relación distinta
con el lenguaje y el poder: sintaxis oracional más llana, irrupción de la
coloquialidad y de elementos materiales tradicionalmente antipoéticos (la
basura, los excrementos), estructura narrativa y discursiva en contraposición a
la lírica, en algunos casos registro casi directo de la oralidad o del lenguaje
de los medios de comunicación. Esta escritura es en apariencia más legible y más
cercana a lo cotidiano; sin embargo, el armado de los poemas, la conciencia de
los procedimientos, la marcada distancia entre el sujeto del enunciado y el
sujeto de la enunciación, la brecha abierta en el yo poético, y el limado del
estilo, son por supuesto operaciones estéticas conscientes. No se trata de una
poesía de la expresión directa del poeta, como ocurría en los coloquiales poemas
de los sesenta, sino que el poeta se enmascara detrás de discursos, los corta,
los pega, los convierte en collage, y reafirma la susceptibilidad de esos
discursos, de ser parodiados, burlados. El neorrealismo de principios de los
noventa es un neorrealismo desalentado del realismo, un neorrealismo que parodia
el realismo para expresar quizás desilusión, desaliento, cansancio. Sensaciones
plenamente comprensibles en la
Argentina de los noventa, luego del indecoroso adelanto de la
sucesión presidencial que dio paso al menemismo y de las decisiones que en
cuanto a derechos civiles y políticas económicas fueron tomadas en esa época (el
proceso que culminó con la ley del indulto y las medidas resultantes del
Consenso de Washington).
De estas dos ópticas
formales sobre la poesía, puede decirse que surge una escisión en la poesía de
los noventa, y se debe en gran parte a la aparición de una oleada renovadora de
poetas muy influida por las discusiones acerca del neobarroco y el neorrealismo
pero que empieza a desarrollar soluciones y puestas en práctica propias en las
que hay conciencia de la impostación, pero ya no hay nostalgia por un pasado de
inocencia, porque es un pasado resguardado en la experiencia de los mayores, un
pasado literario que sólo puede ser confrontado con el presente. Esta renovación
es posible gracias a que la mayor parte de los poetas de la segunda mitad de los
noventa, son personas que han vivido ya su infancia y su adolescencia en la
democracia y han recibido una educación cívica muy diferente. Son lectores del
trabajo de los poetas que los preceden y ven en ese trabajo los pilares de la
recomposición de la poesía, a la vez que reniegan de una idea formal de la
tradición.
Los poetas de la
segunda mitad de los noventa tienen, según la crítica, un espíritu más lúdico,
adoptan la parodia pero no se restringen a ella, van a la búsqueda de una
posibilidad de lo genuino en la expresión, llegan al límite de lo cursi, de la
banalidad, pero con la conciencia de que el filtro del lenguaje es algo
ineludible, dado y, por lo tanto, una herramienta más que no define ni la
"verdad objetiva" ni la subjetividad de las personas. A su vez, amplían la
tradición literaria, dejan de tomar como fuente de inspiración exclusiva la
tradición poética nacional para dar paso a una interdisciplina activa.
Relaciones con la plástica, el teatro, el cine, la fotografía, la música y el
rock resultan en experimentos de lo más variados y redundan en una poesía que
lee otras cosas. Esto permite además la irrupción de la vida en la poesía: la
forma, el lenguaje ya no es el objeto de discusión. A través de la poesía y del
arte, es posible manifestarse acerca de la vida, la microscópica, la subjetiva y
la social. El concepto de realidad y de realismo se actualizan en la lectura de
actos particulares.
Otra característica
importante de esta generación que no se relaciona directamente con los
procedimientos formales de su escritura pero sí con una política acerca de la
literatura, es la intervención de los poetas en el campo literario a través de
la acción. Si las políticas gubernamentales, tanto en industria como en
educación, daban por muerta a la poesía, los poetas de los noventa generan un
movimiento independiente que empieza a recomponer un circuito cultural en Buenos
Aires: revistas literarias, editoriales independientes que se alían al diseño
para reducir los costos y difundir el trabajo de todos modos, espacios
interdisciplinarios, galerías, bares, sitios web, encuentros y talleres de
poesía. La generación de los noventa inyecta en el campo del arte una oleada de
vitalidad que se expandió a las generaciones anteriores y adelantó la formación
de las posteriores.3 Esto que
comienza a fines de los noventa en Buenos Aires, se expande a otras ciudades del
interior del país, como Bahía Blanca, Rosario, Neuquén, Santa Fé, Paraná,
Córdoba.
Tanto la
interdisciplina como la acción que comienzan a realizar ests poetas rodean una
disciplina medio bastarda e indefinida como es el performance, el arte de la
postmodernidad. Heterogénea, confusa, negada de por sí a la clasificación, en
cuanto a que se actualiza y se realiza sólo en el presente, el performance pone
el acento en el acto, en lo actual. Cercana al happening pero ya sin el afán
shockeante de las vanguardias, renuncia a la burla como único efecto, por la
celebración del contacto, del afecto, la producción de sentido ligada al
presente, la interpretación como mecánica de pensamiento-sentimiento entre
performer y espectador; que "pase algo".
Este "pasar" deja la
forma no en un lugar secundario pero sí inseparable de su contenido. Entonces,
si los ochenta y los primeros noventa cuestionaban la forma, y discutían cómo
escribir, los años dos mil aceptan que todo tiene forma y todo tiene contenido,
y apuestan así al performance como metáfora a la vez que estrategia de
supervivencia para la elección individual.
En poesía, el
performance se traduce no sólo en la dependencia de los textos con relación a
él, sino que el texto mismo puede ser considerado un performance, en cuanto a
que la relación de la poesía ya no es sólo con una eternidad, sino también con
el contexto en el que aparece. La poesía puede convertirse en una crítica, en
una acción, con relación a la sociedad y con relación al arte mismo.
Un ejemplo más
concreto podría desprenderse de un procedimiento. Una de las características que
se repite al hablar de los noventa es la cercanía con la narrativa y la cercanía
del yo lírico con la noción de personaje. Esta noción de personaje se desarrolla
cada vez con mayor claridad, como una noción más dramática o teatral que
narrativa, y puede ser vista en los años dos mil como un gesto performático.
Esto sucede por
ejemplo cuando el personaje trasciende el poema y se instala en el ámbito
público, en el campo intelectual, en la vida pública del escritor y hace
continuar lo literario como mito en la escena vital. Son un claro ejemplo de
esto los seudónimos y los heterónimos, herramientas utilizadas en la actualidad
por muchos poetas y artistas de todas las disciplinas.4
El heterónimo como
máscara instala un teatro en el sistema literario y en la vida social (el teatro
de la vida). El caso más famoso es el de Fernando Pessoa quien, a falta de
interlocutores en la literatura portuguesa, decide él mismo crearlos, y con
ello, delinear un sistema literario entero. El heterónimo entonces puede ser la
firma de una escritura de los actos, de las acciones devenidas en gestos, luego
del happening y el ready-made, luego de la firma en el mingitorio.
Que este performance
en el ámbito literario pueda traducirse como metáfora del performance ciudadano
no me parece un problema de dudosas consecuencias; todo lo contrario, el acto
puro nos pone frente a la encrucijada o la oportunidad de elegir y construir
sentido, y la elección y la construcción de sentido son responsabilidades
ciudadanas. Implica, sí, otra manera de leer. Despojar a la poesía de aquellas
características que la convierten en un mero modo discursivo y remojarla otra
vez en el río de la vida.
Caer en lo profundo
Caer en lo profundo
uno puede descomponer
el almácigo
pero lo mismo fuera
una pajarera vacía
una cuadrícula al cielo.
Hemos llegado hasta aquí
corriendo, escapando, aguantando
construyendo pero
el presente, el presente
tan lleno de pasado
cómo se mira ese pasado, presente
cómo se completa una línea
que amamos aprender que no existía
uno puede descomponer
el almácigo
pero lo mismo fuera
una pajarera vacía
una cuadrícula al cielo.
Hemos llegado hasta aquí
corriendo, escapando, aguantando
construyendo pero
el presente, el presente
tan lleno de pasado
cómo se mira ese pasado, presente
cómo se completa una línea
que amamos aprender que no existía
es el pasado
siempre
el depositario
del dolor y la incoherencia?
siempre
el depositario
del dolor y la incoherencia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario