Cuando ha transcurrido gran parte del otoño y el árbol desecha sus hojas muertas, cayendo éstas al suelo convertidas en alfombra de pasos perdidos; cuando sus desnudas ramas se aprestan para sufrir las crudezas del invierno, si antes no son podadas para alimentar al fuego; cuando nadie busque su sombra en el duro invierno, y quede él olvidado en un rincón del parque, a merced de la lluvia, del frío y de los vientos… siente él la soledad y el miedo, con la única compañía de los gorriones, de los tordos y los cuervos, que descansan en sus ramas mientras buscan alimento.
Es por eso que si sucede un milagro como el que hoy ha sucedido: que una paloma blanca fije su nido en su tronco carcomido, y al posarse le transmita su calor y del corazón sus latidos, y acaricie suavemente con su plumaje el tronco raído, y su canto resuene dulcemente en el nido… entiendo que el árbol se estire y se mantenga erguido...y se sienta orgulloso y feliz de estar vivo.
De pronto buscará con ansia la humedad de la tierra, ésa que le dará la savia nueva que vestirá de nuevo sus ramas secas; que lo llenará de vida y de sueños en su nueva primavera.

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