Montserrat Ordóñez (1941-2001) nació en Barcelona de padre colombiano y madre catalana, y educada en una doble identidad, residió en Bogotá, donde enseñó y escribió. Estudió en Barcelona en el Colegio de Loreto, y a los 15 años se instaló en Bucaramanga, donde terminó el bachillerato en medio de los naturales conflictos de la adolescencia y de la adaptación a una nueva vida. Ella cuenta que casi la vuelven loca, pues «yo estaba convencida que eso era hereditario y que, como se decía en casa, la inteligencia, la escritura y la locura me venían juntas por el apellido Mutis, por mi abuela paterna Paulina». Desde entonces abrazó con pasión y entrega total los estudios de literatura e idiomas y en el colegio le «publicaban lo que escribía, unos cuentos y unas poesías sentimentales espantosas». Después «trabajaba en todo; asistente de un profesor de la Universidad Industrial, profesora de colegio, vendedora en un almacén de decoración.., tomaba cursos de todo, aprendí hasta modistería». Pero «a los 21 años empecé a vivir» cuando viajó a Inglaterra a estudiar. En la Universidad de los Andes aprendió lenguas modernas. Doctora en Literatura Comparada por la Universidad de Wisconsin-Madison y Profesora Titular de la Universidad de los Andes, publicó sus trabajos en numerosas revistas de ambas Américas y Europa, y se especializó en literatura escrita y leída por mujeres. Se le deben en particular una recopilación de trabajos críticos sobre La vorágine (Bogotá, Alianza Editorial, 1987), una edición crítica de la misma novela (Madrid, Cátedra, 1990), una selección de escritos de Soledad Acosta de Samper (Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1988) y una edición de Novelas y cuadros de la vida suramericana de la misma escritora (Bogotá, Ediciones Uniandes y Editorial Javeriana, 2004). Autora de los poemarios Ekdysis (Roldanillo, Ediciones Embalaje del Museo Rayo, 1987) y De piel en Piel (París, Indigo, 2002), y de otros textos hechos con algo de araña, de caracol, de escorpión y de camaleón. Porque desde siempre jugó con las palabras. Con ellas y de ellas vivió, lectora, estudiante y profesora de idiomas y de literatura, editora, traductora, conferencista, periodista, crítica literaria, investigadora, viajera y escritora, actividades que le descubrieron imprevistos mundos.
En 1986 estuvo como profesora invitada en la Universidad de Massachusetts en Amhherst. Ha dictado conferencias y clases en universidades de Inglaterra y Escocia, en la de Florida en Gainesville, y en la de Maguncia; en Germersheim un seminario sobre José Eustasio Rivera y Álvaro Mutis. Montserrat es traductora y como tal ha publicado algunas obras, como Entre sambas y bananas del sabio catalán Ramón Vinyes.
La obra de Montserrat Ordóñez es fundamental en la crítica colombiana de finales del siglo XX. Ordóñez amplió el canon literario al destacar a escritoras como Elisa Mújica y Soledad Acosta, y releyó obras canónicas para revisar en ellas la representación de la mujer. Reflexionó sobre el oficio del crítico, consciente de sus influencias y su lugar de enunciación. Con trabajos como la recopilación de la crítica de La vorágine, examinó los procesos de canonización de un texto y reexaminó cómo ha sido leído, pues para ella los valores son contingentes y las lecturas están situadas en la historia. En sus textos fragmentados, buscó una voz que reconciliara la escritura crítica y la literaria.
Montserrat Ordóñez (1941-2001) nació en Barcelona de padre colombiano y madre catalana, y educada en una doble identidad, residió en Bogotá, donde enseñó y escribió. Estudió en Barcelona en el Colegio de Loreto, y a los 15 años se instaló en Bucaramanga, donde terminó el bachillerato en medio de los naturales conflictos de la adolescencia y de la adaptación a una nueva vida. Ella cuenta que casi la vuelven loca, pues «yo estaba convencida que eso era hereditario y que, como se decía en casa, la inteligencia, la escritura y la locura me venían juntas por el apellido Mutis, por mi abuela paterna Paulina». Desde entonces abrazó con pasión y entrega total los estudios de literatura e idiomas y en el colegio le «publicaban lo que escribía, unos cuentos y unas poesías sentimentales espantosas». Después «trabajaba en todo; asistente de un profesor de la Universidad Industrial, profesora de colegio, vendedora en un almacén de decoración.., tomaba cursos de todo, aprendí hasta modistería». Pero «a los 21 años empecé a vivir» cuando viajó a Inglaterra a estudiar. En la Universidad de los Andes aprendió lenguas modernas. Doctora en Literatura Comparada por la Universidad de Wisconsin-Madison y Profesora Titular de la Universidad de los Andes, publicó sus trabajos en numerosas revistas de ambas Américas y Europa, y se especializó en literatura escrita y leída por mujeres. Se le deben en particular una recopilación de trabajos críticos sobre La vorágine (Bogotá, Alianza Editorial, 1987), una edición crítica de la misma novela (Madrid, Cátedra, 1990), una selección de escritos de Soledad Acosta de Samper (Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1988) y una edición de Novelas y cuadros de la vida suramericana de la misma escritora (Bogotá, Ediciones Uniandes y Editorial Javeriana, 2004). Autora de los poemarios Ekdysis (Roldanillo, Ediciones Embalaje del Museo Rayo, 1987) y De piel en Piel (París, Indigo, 2002), y de otros textos hechos con algo de araña, de caracol, de escorpión y de camaleón. Porque desde siempre jugó con las palabras. Con ellas y de ellas vivió, lectora, estudiante y profesora de idiomas y de literatura, editora, traductora, conferencista, periodista, crítica literaria, investigadora, viajera y escritora, actividades que le descubrieron imprevistos mundos.
En 1986 estuvo como profesora invitada en la Universidad de Massachusetts en Amhherst. Ha dictado conferencias y clases en universidades de Inglaterra y Escocia, en la de Florida en Gainesville, y en la de Maguncia; en Germersheim un seminario sobre José Eustasio Rivera y Álvaro Mutis. Montserrat es traductora y como tal ha publicado algunas obras, como Entre sambas y bananas del sabio catalán Ramón Vinyes.
La obra de Montserrat Ordóñez es fundamental en la crítica colombiana de finales del siglo XX. Ordóñez amplió el canon literario al destacar a escritoras como Elisa Mújica y Soledad Acosta, y releyó obras canónicas para revisar en ellas la representación de la mujer. Reflexionó sobre el oficio del crítico, consciente de sus influencias y su lugar de enunciación. Con trabajos como la recopilación de la crítica de La vorágine, examinó los procesos de canonización de un texto y reexaminó cómo ha sido leído, pues para ella los valores son contingentes y las lecturas están situadas en la historia. En sus textos fragmentados, buscó una voz que reconciliara la escritura crítica y la literaria.
UNA NIÑA MALA
Quiero ser una niña mala y no lavar nunca los platos y escaparme de casa. No voy a explicarle las tareas a nadie, ni a tender la cama. No quiero esperar en el balcón, suspirando y aguantando lágrimas, la llegada de papá. Ni con mamá ni con nadie. Cuando sea una niña mala gritaré, lloraré dando alaridos hasta que la casa se caiga. Cuando sea una niña mala no voy a volver a marearme y a vomitar. Porque no voy a subir al auto que no quiero, para dar las vueltas y los paseos que no quiero, ni voy a comer lo que no quiero, ni a temer que alguien diga si vomitas te lo tragas, pero a papá no se lo hacen tragar. Yo voy a ser una niña mala y sólo voy a vomitar cuando me de la gana, no cuando me obliguen a comer.
Llegaré con rastros de lápiz rojo en la camisa, oleré a sudor y a trago y me acostaré con la ropa sucia puesta y roncaré hasta despertar a toda la familia. Todos despiertos, cada uno callado en su rincón, respirando miedo. Quiero ser el ogro y comerme a todos los niños, especialmente a los que no duermen mientras yo ronco y me ahogo. Porque los niños cobardes me irritan. Quiero niños malos, y quiero una niña mala que no se asusta por nada. No le importa ni la pintura ni la sangre, prefiere las piedras al pan para dejar su rastro, y aulla con las estrellas y baila con su gato junto a la hoguera. Ésa es la niña que voy a ser. Una niña valiente que puede abrir y cerrar la puerta, abrir y cerrar la boca. Decir que sí y decir que no cuando le venga en gana, y saber cuándo le da la gana. Una niña mojada, los pies húmedos en un charco de lágrimas, los ojos de fuego.
La niña mala no tendrá que hacer visitas ni saludar, pie atrás y reverencia, ni sentarse con la falda extendida, las manos quietas, sin cruzar las piernas. Las cruzará, el tobillo sobre la rodilla, y las abrirá, el ángulo de más de noventa, la cabeza alta y la espalda ancha y larga, y se tocará donde le provoque. No volverá a hacer las tareas, ni a llevar maleta, ni a dejarse hacer las trenzas, a tirones, cada madrugada, entre el huevo y el café. Nadie le pondrá lazos en la coronilla ni le tomarán fotos aterradas. Tendrá pelo de loba y se sacudirá desde las orejas hasta la cola antes de enfrentarse al bosque.
No me paren bolas, gritará la niña mala que quiere estar sola. No me miren. No me toquen. Sola, solita, se subirá con el gato a sillas y armarios, destapará cajas y bajará libros de estantes prohibidos. Cuando tenga su casa y cierre la puerta, no entrará el hambre del alma, ni los monos amaestrados, ni curas ni monjas. El aire de la tarde la envolverá en sol transparente. Las palomas y las mirlas saltarán en el techo y las terrazas, y las plumas la esperarán en los rincones más secretos y se confundirán con los lápices y las almohadas. Se colgarán gatos y ladrones y tal vez alguna rata, por error, porque sí, porque van a lo suyo, de paso, y no saben de niñitas, ni buenas ni malas. Armará una cueva para aullar y para reír. Para jugar y bailar y enroscarse. Para relamerse.
Ahora el balcón está cerrado. El gato todavía recorre y revisa los alientos. Es tarde y la niña buena, sin una lágrima se acurruca y se duerme.


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