20 mayo 2014

Malú Urriola



TRES PIERNAS




Estaba perdidamente enamorado de mi hermana. Pero
mi hermana no lo soportaba cerca suyo, como suele ser
el amor no correspondido. Nunca he entendido por qué
la gente busca desesperadamente amor, y cuando alguien

los ama, lo repelen con un odio brutal.

Tres Piernas sentía esa dolorosa vergüenza de no ser
correspondido por mi hermana, aunque fuera mínima e
imperceptiblemente como se cimbra el cardo blanco
cuando una mariposa aflorisa sobre sus pétalos.

Así es que para no recibir de manera tan directa el desprecio,
Tres Piernas se sentaba a mi lado, cruzando tristemente
dos de sus piernas, mientras movía la otra
compulsivamente.

De vez en cuando inclinaba la cabeza, para preguntarle
algo tonto a mi hermana. Todas sus frases introducen la
palabra sabes, cosa que irrita enormemente a mi hermana,
porque dice que se cree un sabelotodo pero tiene
más piernas que cerebro.

Cuando mi hermana decidía marcharse dejando a Tres
Piernas, yo me tenía que ir con ella.

Una tarde que giré la cabeza al partir, vi a Tres Piernas
limpiarse la cara.

Estaba llorando. Siempre lo negó. Pero estaba llorando.

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