Se llamaba María.
Era como una lluvia
levísima de otoño,
con los ojos muy
dulces,
del color de los
bosques
en los cuentos de
hadas.
Era como una luz
trasnochada y
cumplida,
como la infatigable
sustancia de un
domingo.
La soñé tantas
noches
que acabé por creer
que mi vida era un
sueño.
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