
Y nada más lejos que arrepentirse.
Una caricia no exime la razón.
Culpable es quien ejecuta con culpa.….
se muestra la imagen tal como aparece en: www.joyasdecantabria.es/foto/1403/nocturno-1.html
y las carreteras eran sitios
donde se podían alcanzar velocidades de crucero de 70 Km./h.
Se lo compré a un mecánico de Sevilla,
mi padre vino conmigo a verlo,
cuatro barras y una lona vieja y raída a modo de capota
que mi madre cosía una y otra vez
porque solía rajarse
y entonces parecía el buque fantasma
desplegando sus velas en mitad de la noche,
por la carretera de Lucena,
cuando desear era tan fácil
y el verano se extendía más allá de la comisura de nuestros labios
por la hierba breve de la casa de los sueños azules de Paco
Naranjo,
bajo la luz de la piscina del pulpo verde
y los hermosos cuerpos que ya no volverán.
Mi padre había venido todo el camino diciéndome
que si no había más coches en el mundo,
que había que ver la porquería que iba a comprar.
-No había, no había más coches en el mundo
que mi Mehari verde,
un coche de juguete para un mundo de adultos
que se habían cansado de jugar.
Mi padre le pidió al mecánico que le abriera el capó
y cuando vio lo que había allí dentro estuvo a punto de echarse a
llorar,
latas viejas, piezas comidas por el óxido y la corrosión,
vestigios de la posibilidad de vida más allá de la muerte
envueltos en varios dedos de grasa negra y compacta
que manchaba con solo mirarla.
Le preguntó al mecánico que cuánto quería por aquel montón de
chatarra.
-Trescientas mil.-
Será cargado de chorizos –le dijo.
Y el tipo aquel se puso rojo
y cerró el capó con sus gomitas entre los dedos.
Me había costado tres meses ganar ese dinero,
tres meses perdiendo los ojos de ocho a tres
en una fría habitación del Servicio Provincial de Arqueología
de la Excelentísima Diputación Provincial de Huelva,
tres meses absurdos
perdidos en dibujar fragmentos absurdos
extraídos del vientre de los siglos
en el corte y estrato de vetetúasaberdónde
según la metodología bulldozer,
clasificados en bolsas según el método Ogino,
dibujados según el plan Badajoz
e interpretados delante de una baraja de cartas de la bruja Lola
y tres velas negras, una por cada Doktor inútil
que allí seguirá haciendo como que trabaja
y otra por el calvo pelota con despacho propio
encargado de tocarse los huevos, leer el periódico
y vigilarnos.
-Trescientas mil.
Mis primeros tres sueldos,
se lo dije al Mehari, bajito, como una confesión,
un intento de reconciliación con aquellos cuatrocientos kilos de
plástico ABC
y fibra de vidrio,
un intento de ganarme su confianza
para que aceptara venirse a casa, conmigo.
-Los platinos, estaría bien cambiárselos, me dijo el mecánico
antes de esfumarse.
Se los cambiaba cada año
pero siempre le costó arrancar.
Después hubo que cambiarle la batería,
los cables de arranque y las bujías,
la caja de cambios, que me enteré catorce años después
siempre había estado suelta,
la dirección, las trócolas, el bombín de la gasolina,
el depósito de combustible, el panel del velocímetro,
el interruptor de la intermitencia y hasta el cenicero
le cambié en una prospección arqueológica por Valverde
en la que me encontré un Dyane abandonado
que tenía intactos los muelles de los asientos
y un cenicero donde no había fumado nadie nunca.
Las ITV las pasaba porque le pintaba de betún las ruedas,
le rellenaba de plastilina los agujeros,
le echaba pegamento en los faros para que no se movieran,
ponía cara de cordero degollado
y me encomendaba a la Virgen de los Desamparados.
En verano, si arrancaba,
era una fiesta continuar hasta la playa,
quitarle los asientos y llevarlos hasta la orilla,
sentarse allí en un Mehari invisible
y mirar las olas
y el mundo que no parecía tan malo a la vuelta.
Pero en invierno
había que subir en él como si hubieras quedado con Admunsen en
el Polo
y la lluvia entraba por todas partes
y se balanceaba en las curvas desbordando el salpicadero,
mojándolo todo,
achicando agua con las esterillas de plástico,
moviendo con la mano izquierda las escobillas perezosas del
parabrisas,
empujando con la derecha las bolsas de agua de la capota,
taponando con cartones
las brechas del techo por donde el agua corría como un surtidor,
viajes hoy predecibles que fueron ayer
duchas frías a todo lo largo y ancho del suroeste de la península
ibérica.
Subiendo un día a Zalamea se le rompió el bombín de la gasolina
y lo arreglé con un chicle.
Bajando otro día de Jerez fue el cable del acelerador
y se lo cambié por un cordón de mis zapatillas.
Nos montábamos cinco inútiles, cinco mochilas, dos jalones,
mil bolsas con material arqueológico, dos cámaras,
veinticinco mapas escala 1:25.000,
podía con todo el coche de plástico con su volante de plástico
y sus asientos de escai negro y su alma blanca.
Catorce años a mi lado, catorce mil averías entre mis manos,
catorce llantos por cada una de sus esquinas,
catorce años descargando maricones,
catorce años las orejas del bóxer Dor ondeando al viento en el
asiento de atrás.
Catorce corazones, catorce cruces clavadas en el monte del olvido
y un poema que le escribimos David González y yo en Ayamonte,
un poema que hablaba de pasajeros que llegaban a la estación de
la vida
tal vez porque por aquellos años estábamos sentados en mitad de
las vías
,esperando un tren que nunca se dignó a pasar y arrollarnos.
Mi perro Dor se fue en él no hace muchos días,
en una mañana fría de invierno,
fuimos a comprar su pienso
y en la tienda nos dijeron que era el último saco,
que ese pienso ya no se volvería a fabricar,
el pienso que mi perro había comido toda su vida.
Me dijeron lo mismo del corazón de los dos,
ya no se fabrican corazones de lata ni corazones de perros como
estos,
todos los corazones a partir de cierta edad se vuelven de plástico,
como los abrazos de los hombres que un día fueron tus amigos.
Yo había soplado esa tarde una tarta con cuarenta velas,
pero no sabía que había soplado tan fuerte ni tan lejos
como para que los dos me dijeran adiós al mismo tiempo
y para siempre.
(De La ciudad de las croquetas congeladas. Editorial Baile del Sol. Tenerife. 2006)
Sitio web de esta imagen nubbbe.com
Hola Alejandro,
Hace muchos días que ando dándole vueltas a la ley Sinde, a los derechos de autor, y leyendo tus desafortunados tweets. Ahora que tengo las tres cosas juntitas, me gustaría cometarte algunas cosas.
Soy científico, joven investigador del Centro Nacional de Biotecnología y actualmente “Visiting Assistant in Research” en la Yale School of Medicine, en New Haven, Conneticcut.
Trabajo en el desarrollo de vacunas para el tercer mundo, centrando mis esfuerzos en la Leishmaniasis, una enfermedad olvidada que mata e incapacita en África, Asia y Sudamérica. Y aunque no lo sepas (y muchas personas no lo saben) es esa enfermedad que hace que miles de pobres niños tengan el vientre hinchado y mueran. La misma que hace que sus padres no puedan trabajar. Entre nosotros, ese tipo de enfermedades que hace que el tercer mundo siga siendo tercer mundo.
Cuando consigo que mi trabajo funcione, tras muchísimas horas de laboratorio, intento publicar mis resultados. ¿Sabes lo que pasa cuando lo hago? Que la revista se queda con todos mis derechos de autor. CON TODOS. Si quiero, no sé, poner una figura de mi trabajo en algún otro formato, tengo que pedir permiso. Por mi figura. Por mi trabajo. Y te hablo de figuras en blanco y negro. En color no podemos pagarlas.
¿Sabes por qué? Porque PAGO POR PUBLICAR. Sí, en serio, lo hacemos. Mi laboratorio tiene que pagar para poder difundir los avances científicos que puedan curar a esos niños o a sus padres en el futuro. PAGO POR PUBLICAR y tengo que pedir permiso por mi figura, por mi trabajo.
Ahora podrías meter en 140 caracteres que luchar por mis derechos no me impide que tu lo hagas por los tuyos, yo seguiría leyendo.
Desde que el hombre es hombre, desde que el ser humano es humano, ha demostrado que necesita expresar sus sentimientos. Y de ahí surgió el arte. También, al mismo tiempo, surgieron las preguntas de qué hacía aquí. Los famosos “de dónde vengo, quién soy, y a dónde voy”.
Y es que las dos cosas, ciencia y arte, son humanas, pero no por ello profesiones.
Mira, no sé, 100 o 200 años atrás. El arte lo hacía el que podía permitírselo. Y la ciencia también. Hasta Darwin descubrió el origen de las especies en un tour por el mundo, en el que vio que los pinzones de unas islas tenían los picos más grandes que otros. La gran revolución científica vino de un viaje de alguien que pudo permitírselo.
Ahora, industria mediante, los artistas cobran por entretener y los científicos cobran por descubrir cosas. Una maravilla para los que no somos de familias ricas y queremos hacer ciencia o arte.
Yo me he quejado y mucho de mi falta de derechos. De intentar defender lo que ahora, para mí, es más que un reconocido trabajo. Y también creo cosas.
La diferencia es que yo con un salario tengo. Y lucho por un salario digno. QUE ME PAGUEN POR MI TRABAJO. No creo que tenga sentido que me paguen tiempo después por mis logros. Te recuerdo que lo que yo quiero es una vacuna para la enfermedad en la que trabajo. Y pagar mis facturas. No quiero ningún rendimiento extra que no me merezco. No quiero derechos de autor, quiero que mis avances sigan derechos a conseguir su objetivo.
Entiendo que quieras que te paguen por tu trabajo. O que defiendas tu caché en los escenarios.Y supongo que debes negociar lo que te paga una discográfica por grabar un nuevo disco. Pero cobrar también impuestos sobre los CD´s , discos duros, lo-que-sea que la S.G.A.E quiera inventar para sangrar al ciudadano medio, perdóname muy mucho, pero yo, lo veo excesivo. Intentar lanzar una ley que te permita cobrar más de lo que te toca porque la industria que a ti te trata bien se está muriendo, lo siento, pero no. Limitar las libertades individuales para maximizar vuestro beneficio no es justo.
¿Sabes por qué tengo un blog de divulgación científica? Para que el mundo vea que la ciencia es importante. Para que posiblemente en el futuro sea una profesión digna. Yo no busco hacerme rico. Yo no quiero recortar libertades. Yo lucho por cambiar la industria que hace que mi actual profesión me obligue a tener otra con la que, juntas, poder pagar las facturas.
Y por favor, no vuelvas a comparar los derechos a recibir medicamentos de los niños pobres con el derecho a declarar culpable de piratería a diestro y siniestro. Que ya lleváis demasiado tiempo cobrando por ello. Renovaos o morid. Pero no creo que debas compararte con los que de verdad mueren aunque de vez en cuando reciban tu dinero.
Atentamente,
Lucas Sánchez.
Aclaraciones pasadas 24horas.
Estoy completamente sorprendido de la repercusión que han tenido las líneas que escribí ayer. Y después de echar una buena ojeada a los comentarios y de releerlo, me gustaría aclarar ciertas cosas.
En primer lugar, que obviamente lo que he escrito es mi opinión, que Sonicando es mi casa, y que si los artistas tienen cartas abiertas al público, el público puede tener cartas abiertas a los artistas. Mi intención no era tampoco dar un repaso exhaustivo a los derechos de autor, ni a su legalidad. Sólo quería comparar mundos y dar otra perspectiva, que es la de mi gremio.
En segundo lugar, que trabaje en vacunas no hace que mi trabajo sea mejor, ni más importante que cualquier otra rama de la investigación, ni por supuesto que cualquier otro trabajo. Si lo menciono es por el tema de los derechos de los niños de ciertas zonas y los derechos de autor. Era la mejor forma de exponer mi postura y mi indignación. Os agradezco los ánimos y las críticas por ello, pero no me ha gustado oír hablar de “heroicidades”, yo sólo hago mi trabajo, y podía haber elegido cualquier otro proyecto de otra enfermedad o en investigación básica. Si fuera un héroe estaría en Médicos Sin Fronteras en el tercer mundo.
3.Aunque he intentado ser lo más respetuoso posible, tras releerlo he cambiado alguna cosa que tras el calentón de escribirlo me parecía poco correcto, por si a alguien le da por releerlo y ve algún cambio.
Por último, Sonicando es un blog de ciencia que no entra en demasiada polémica nunca. Lo mío es la divulgación. Y dudo que veáis muchas entradas como ésta por aquí. Atentamente,
el mismo de arriba.
De público. es