

Para mantener abierta la palabra
Para reinar sobre la muerte
Para revivir cada día
Para sentir junto con los otros
Para sacar la flor de las cenizas
Para vigilar mientras todos duermen
Para que le sirvan
Para apuntalar el sueño
Para servirse
Para alimento espiritual
Para unir lo posible con lo imposible
Para salvar del diario morir
Para hacer más vivo el vivir
Para la Poesía y la Verdad
Para la vida
Para transformar la vida
Para limpiar cuando el poder corrompe
Para cambiar la vida
Para alentar todas las otras formas
Para la fidelidad al relámpago
Para la memoria de los pueblos
Para la salvación del hombre
Para el asombro antiguo
Para un no sé qué
Para descubrir los secretos del mundo
Para llevar el infinito a cuestas
Para salir a la percepción de la mirada
Para alumbrar la maravilla
Para todos y por todos
Para despertar a latigazos el silencio
Para defender el milagro de la vida
Para amar a los otros
Para hacer más vivo el vivir
El poeta moderno habla desde la inseguridad. No tiene más asidero que la vida. Seguramente una voz queda le dice en los adentros: La época de las causas ya terminó. Ya no puedes aferrarte a religiones, ideologías, movimientos, ni siquiera literarios. Se acabaron las banderas. Pero este desengaño lo libera para luchar en otra clave por lo que religiones, ideologías, movimientos dicen defender: lo religioso, lo humano, lo valedero.
Esa voz, que parece la del nihilismo, podría ser más bien la voz de la vida que desea recuperarnos.
¿Qué se espera de la poesía sino que haga más vivo el vivir?(Rafael Cadenas).
Foto de Ligia Clelia Silveira Pennacchio Gerez
Foto de Adolfo Díaz Matute
malhumorado. Cruzó la calle con tanta prisa que a punto estuvo de ser atropellado por una moto
_ ¡Atontao!_ Le espetó el conductor, a lo que Salvador respondió con el puño amenazante. Este incidente contribuyó a que su excitación aumentara de tal manera que le temblaba todo el cuerpo. Ya en la parada no dejaba de mirar el reloj cada pocos minutos. Su cabeza era un torbellino de sentimientos mezclados, se pellizcaba las manos, se mordió el labio hasta hacerlo sangrar, y se le cayó de las manos el paraguas varias veces. No podía llegar tarde, eso causaría una muy mala impresión. El reloj marcaba las diez menos veinte cuando el coche de línea se detuvo en la parada. Subió atropelladamente sin aguardar su turno, lo que le supuso comentarios desagradables por parte del resto de los que allí esperaban. Era como si al subir el primero fuese a llegar más temprano. Tomó asiento y el autobús comenzó cansinamente su recorrido. ¿Y si esa bruja pretendía que trabajase durante doce horas? No le permitiría abusar así de él por el hecho de que ese trabajo le fuera imprescindible. Quería trabajar en condiciones similares a las de cualquier ser humano. No consentiría que le pagase menos de lo que le correspondiese, sería muy propio de ella no hacerle contrato, pagarle un salario ínfimo y encima obligarle a permanecer agachado de sol a sol sobre sus odiosos rosales.
Ana se duchó rápidamente y se recogió el pelo en un moño desordenado, con mechones colgándole a los lados que le favorecían. Se vistió con un trajecito floreado en tonos rosas y malvas que dejaba ver sus rodillas, por que aunque el día amaneció gris no hacía frío y se sentía alegre. Las diez menos diez. Más valía que se aligerase.
Las diez menos diez. En ese momento se encontraría preparando café dispuesto a saborearlo a las diez en punto junto con la prensa. La hora del desayuno era sagrada y esa odiosa mujer no lo había tenido en cuenta. ¡Ah! Esa mujer odiosa pretendía, incluso, no dejarle desayunar. Gruñeron sus tripas ante este pensamiento, dándole la razón. Ya le diría cuatro verdades a esa explotadora. La haría callar y tragarse todas sus groserías, esa vieja bruja, esa negrera no sabía con quien se las tenía que ver. No conseguiría someterle, a él no. Y así llegó a la calle Velázquez. Bajó a de un salto, sudando, en parte por llevar la chaqueta puesta, en parte por que su estado de nerviosismo le acaloraba. Atravesó la verja del número diecisiete a las diez y dos minutos, para ya no le importaba llegar tarde. Su paso era rápido y seguro, su ceño fruncido y apretaba las manos contra la empuñadura del paraguas que mantenía cerrado a pesar de que empezaba a lloviznar. Recorrió el camino hacia la entrada principal sin percatarse de los macizos de flores, los setos recortados con gusto y los inmensos árboles que sombrearían el jardín deliciosamente en verano.
Dentro de la mansión ella bajaba las escaleras canturreando y dio los buenos días al mayordomo cuando se cruzó con él. Como cada mañana se dirigió al despacho de su padre para darle un beso, y al cerrar la puerta tras de sí sonó el timbre.
_ Abriré yo misma._ Dijo al mayordomo que ya se aproximaba.
Y subió los escalones que precedían al portón y en su precipitación tiró una maceta cuajada de hortensias. Apretó el timbre con furia. Esa Ana no volvería a denigrar a nadie, no volvería a tener trabajadores en condiciones infrahumanas, no volvería a violar los derechos de nadie, no, no, no, no
Se abrió la puerta y apareció una mujer joven con una amplia sonrisa pero él ni se percató de ello.
_ Buenos días_ saludó cordialmente
_ ¿Es usted la señorita Ana?_ Los ojos iban a salírsele de las órbitas. Tenía el pelo revuelto y mojado, y ofrecía un aspecto desastroso.
_ Sí. _ Respondió ella sin dejar de sonreír_ Y usted debe ser Salvador... ¿Se encuentra bien? Pero pase, por favor, está empapado.
El no le dio tiempo a apartarse para dejarle entrar. El desconocido se abalanzó sobre ella y agarrándola por el cuello empezó a apretar y a zarandearla como loco.
_ ¡Mujer corrompida! ¿Quién te crees que eres? ¡No mereces vivir! ¡No mereces vivir! ¡Haré un favor a la sociedad! ¡Te mataré, te mataré te mataré!_ Y sin dejar de sacudirla apretó y apretó con toda la furia acumulada y contenida desde el día anterior.
La pobre chica ni siquiera se resistió. Sus oscuros ojos miraban al desconocido, sin comprender, y para cuando el personal de servicio llegó alertado por el escandaloso alboroto, ya Ana yacía en el suelo sin vida. Salvador seguía apretando y gritando incongruencias e hicieron falta tres hombres para reducirlo.
El resto sucedió muy deprisa. La policía llego rápidamente y se llevó al agresor a comisaría, que como si no fuese con él, subió al coche dócilmente sin decir palabra. Parecía totalmente ajeno a lo que estaba sucediendo.
En el interior de la casa intentaban reanimar a la víctima sin ningún resultado y todo eran llantos y lamentos. Su padre, se abrazó a ella, destrozado, sollozando como un niño, hasta que al fin la metieron en la ambulancia.
Salvador pasó el resto del día en una celda totalmente confuso, sin entender qué había pasado y qué hacía allí. No conseguía acordarse de nada. Su último recuerdo era que salió de casa, sin desayunar, a entrevistarse para un trabajo.
Al día siguiente, la prensa local y la de todo el país se hacía eco del brutal asesinato cometido en casa del conocido empresario Miguel de la Torre. Su hija había sido estrangulada por un loco, y como Salvador no abrió la boca ni para defenderse ni para dar explicación alguna, por que no la tenía, los periodistas, que no entendieron nada, publicaron la noticia en grandes titulares: SALVADOR PAZ, ASESINO PASIONAL.
Es el Museo de Bellas Artes de la Villa de París.
Situado en torno a un bello patio semicircular, con jardín, el palacio es parecido al Grand Palais. Sus columnas jónicas, gran porche y cúpula replican la de los Los Inválidos al otro lado del río.
Allí recogí la imagen de esta señora, que se acercó a disfrutar de la majestuosidad del entorno.
María Magdalena Gabetta
Vivo en Río Tercero, una pequeña ciudad del interior de la provincia de Córdoba en Argentina. Con 59 años recién cumplidos, me considero aprendiz de poeta y aprendiz de escritora. Comencé este aprendizaje no hace muchos años, primero tímidamente y hoy puedo decir que ocupa una parte muy importante de mi vida. Mi ilusión, llegar al corazón de quien me lee. Mi alegría, compartir con hermanos en las letras y en el arte. Mi agradecimiento, al increíble mundo de Internet que hoy me brinda la oportunidad de haber encontrado un maravilloso grupo de poetas, allí y allí; lejos en el mapa pero cerca en el corazón y poder escribir junto a ellos, "en la distancia”.
Actualmente dirige “ Fuego en el Viento”, blog de cuentos y poesías ilustrado con obras de grandes pintores.
Correo electrónico : magdalenagabetta@gmail.com
María Magdalena Gabetta
Ámame como soy
No pidas nada más.
No pidas que cambie.
No lo haré por vos.
No lo haré por nadie.
Ámame como soy,
soñadora incurable.
Te ofrezco amores nuevos.
Ganas de besar.
Entrega sin reparos.
Pensamientos buenos.
Caricias íntimas.
Sentimientos sinceros.
Almohadas compartidas,
café en la madrugada.
Amor sin límites.
Ámame sin cuestionarte
por la simple y loca sensación
que te produce el verme,
por la incontrolada punzada
que te revuelve el bajo vientre
al presentirme,
por el calor en tu nuca
al sentirme.
Ámame sin razones.
A cara limpia.
A frente descubierta.
A ojos sin celosías.
A corazón abierto.
Ámame así, de esa manera
alocada y sin problemas,
sencilla y sin traumas.
que así, de esa manera,
recibirás de mí,
lo que entregas.
Foto de Juliansev
Duermo en la ribera de este río
con mi cabellera flotando sobre sus aguas.
Robo estrellas al cielo con mi mirada,
que prendo de mis pupilas,
luciérnagas prestadas,
mientras me mece el silencio de la noche.
Imagino cascadas de colores,
tonalidades vírgenes de esta naturaleza
que me supera y me abraza
como una nodriza amante.
Cuando despierto,
desde un viejo árbol
un panal de abejas me regala
un desayuno de dulzuras
y entre mis labios la miel corre
buscando el sendero de mi boca.
Sacudo mi nostalgia
de sombras largas
y recito mi fábula de ríos mansos,
de manos acariciando tornasoladas aguas,
mientras me arrebata insolente
el soplo dorado de abril,
preludio del otoño.
Por un instante,
transito de mujer a pez,
mi piel se convierte en escamas,
y mis escamas se vuelven del color de las hojas.
Giro ágil y certera entre los remolinos,
nado contra la corriente,
remonto el cauce que baja de los cerros,
y agonizo cuando el sol
se esconde lánguido en el ocaso.
Foto de Juan de Jesús López
Maria Magdalena Gabetta.
Y ya no sé......
si escribo o si deliro
en esta lóbrega irrealidad
cuando las ventanas se cierran
y ni siquiera la luna
sobre los oscuros charcos se refleja..
Mire usted....
ni los perros se asoman a la calle,
en estas noches
de largas duermevelas.
Y ya no sé.........
en qué recodo
en qué esquina incierta,
en qué escaparate,
me deslumbré con una vil ruleta,
y sin pensarlo, sin meditarlo,
dejé en sus giros,
mi última moneda.
Es un juego,
sí señores,
apuesten,
gira la ruleta.
El mozo deja un whisk
y a un costado
la mano se torna pesada,
la mente agónica pedalea,
y el cigarrillo se hace humo,
humo como esa sombra
que sin mirar atrás se aleja,
llevando en sus bolsillos,
¡ingrato triunfador!
mi última moneda.
Mire usted,
en esta noche de pérdidas,
gira loca y solitaria la ruleta,
yo gasté en una mala jugada,
mi última moneda
¿y los perros?
ni los perros apuestan.
Foto de Tate (1)